Lecciones de un Diciembre contra el ajuste, y la batalla de la vuelta de obligado.
10 de enero de 2018
Marcelo Koenig analiza las lecciones que nos dejan las enormes movilizaciones contra el ajuste previsional del mes de Diciembre, la agenda de un pueblo que lucha, y el camino para recorrer en un 2018 que se avecina conflictivo, a la luz de nuestra historia, mas precisamente, de aquella épica batalla soberana de Vuelta de Obligado.
Por Marcelo Koenig*
Todos los 20 de noviembre, los argentinos conmemoramos el día de la Soberanía Nacional. El concepto de Soberanía fue acuñado en Europa, íntimamente ligado al proceso de gestación de los Estados Nación durante la modernidad. Si bien fue Jean Bodin el primero que empleó el término como tal, hubo varios siglos con una práctica política, jurídica y cultural en que se fue desplegando dicho concepto que nos remite centralmente a la idea de quién es el que manda. En la Europa de entonces la disputa era por la concentración del poder comunitario en una sola mano, en contraposición a los múltiples poderes feudales. Por eso es que prevaleció la discusión de la Soberanía del Estado. Al no haber prácticamente ningún enemigo externo (extracontinental) que amenazara el poder de conformación de los Estados europeos, se puso en un plano secundario a la idea del poder del Estado para autodeterminarse, que es la segunda acepción de la idea de Soberanía. Este último concepto es el que se subraya en Argentina o en cualquier país convertido en periférico en el sistema-mundo a partir de la expansión Europea que se inicia en el siglo XV, generando el fenómeno de la colonialidad del poder.
El 20 de noviembre conmemoramos para recordarnos a nosotros mismos -como todas las efemérides- La Batalla de la Vuelta de Obligado. La particularidad que tiene esta batalla es que fue una derrota. En efecto, las fuerzas de la Confederación Argentina, conducida en sus relaciones exteriores por el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, el Brigadier General Juan Manuel de Rosas (un prócer tan incómodo para nuestra progresía porteña…) enfrentó a las dos principales potencias imperialistas de la época: Francia y Gran Bretaña. Estas potencias, que bloqueaban el puerto de Buenos Aires, pretendían imponer la libre navegación de nuestros ríos interiores. Algo así como si nosotros quisiéramos imponerle la libre navegabilidad del Támesis o el Sena.
La prepotencia imperial remontó el rio Paraná en naves de guerra y barcos mercantiles. Las fuerzas de la Confederación comandadas por el General Lucio Mansilla, en un recodo de ese río, cercano a la localidad de San Pedro, colocaron barcas enlazadas por cadenas y dispusieron unos cuantos cañones para dar batalla. No fue imposible para las fuerzas imperialistas vencer los obstáculos y las fuerzas armadas no profesionalizadas que se plantaron en resistencia. Fue una derrota. Sin embargo, para los ingleses y franceses, esta victoria no significó la apertura de nuestro territorio a su voluntad de libre comercio y colocación de mercaderías manufacturadas arruinando nuestra propia industria local de las provincias interiores, porque el alto costo político y militar de la pretendida apertura hizo que fuera económicamente inviable.
Pero de las derrotas también se aprende. Para los argentinos que venían de un largo ciclo de luchas internas por la definición del carácter del Estado nacional entre unitarios y federales, fue como dejar entre paréntesis las luchas internas para volver a enfrentar un enemigo externo como se había hecho durante el período de las guerras de independencia. Fue enfrentar un enemigo que quería imponer su derecho a decidir por sobre nuestra propia Soberanía.
¿Qué tiene que ver esto con la batalla librada entre el jueves 14 y el lunes 18 de este diciembre caliente dentro y fuera del Congreso Nacional en torno a la reforma previsional?
Por lo pronto, con tantas referencias a la idea de victoria pírrica y de buscar explicaciones eurocéntricas a nuestros problemas nacionales, nos lleva a conocer las enseñanzas de nuestra propia historia y no buscarlas en un Rey del norte en los tiempos de Alejandro Magno.
Primero lo que está en juego. A diferencia de lo sucedido en Obligado, estamos en presencia de un Gobierno que es una anomalía de nuestra propia historia nacional, porque por primera vez tiene una legitimación democrática un Gobierno con un proyecto definidamente oligárquico sin mediaciones de ningún tipo a través de partidos de raigambre popular. Este Gobierno, conducido por una ceocracia proveniente de los negocios privados más que de la política, es consecuente con su genealogía y prosapia, planteándose como lo hicieron sus padres y sus abuelos, en los períodos de dictadura como partidos del orden.
Así las cosas, pudimos observar un despliegue de fuerzas de seguridad brutal, obsceno y desmedido, que blindaron el Congreso como si se tratara de una verdadera guerra. Los argentinos estábamos desacostumbrados, en tiempos de democracia y aun en los períodos más vaciados de ésta, de tal despliegue de un Estado Policíaco. Generalmente estos demostraciones de semejante fuerza brutal es más un síntoma de debilidad que de fortaleza (la fuerza es el derecho de las bestias, nos enseñaba el General… Y Antonio Gramsci aseguraba que el consenso como método de dominio es más efectivo que la violencia). Hasta hoy los globos y los métodos eficaces del marketing político habían alcanzado para lograr los objetivos parciales que se vino proponiendo la Alianza Cambiemos. Esta vez hizo falta mostrar los colmillos de los perros, el largo de los bastones, el putrefacto olor de los gases, y la brutalidad de las balas –por ahora de goma-.
Para el campo del enemigo significó otra ruptura (si fuera políticamente correcto hubiera escrito adversario, pero aquel que pretende el sojuzgamiento de los sectores populares imponiendo un plan de hambre y muerte recurriendo a la represión todas las veces que sea necesario, merece ser calificado como tal). No la del cerco mediático, que se insinuó apenas porque la gendarmería del pensamiento que se mete todos los días en la casa de la mayoría de los argentinos nos explicó puntualmente el “terrible” flagelo de la violencia ejercido por los manifestantes mostrando hasta el hartazgo a las piedras que volaban, a un sonriente rastafari con un morterito casero o bien a pobres policías heridos (aunque después saliera la madre de uno contando que lo habían mandado del lado de los tirapiedras sin protección y fue herido por sus propios camaradas de armas –gajes del oficio de botón-). Lo que se rompió es el monopolio de las cacerolas porteñas, que hasta ese momento se había constituido en una de las principales expresiones del antikirchnerismo furioso (en la dicotomía engañosa en la que caen propios y extraños para explicar las contradicciones sociales de la actualidad). Tanto es así que cuando empezaron a sonar las cacerolas, avezados comunicadores sociales -que se comen el discurso social sin ningún tipo de aderezos-, empezaron a decir que eran manifestaciones de apoyo al Gobierno. No fue así.
El jueves 14 de diciembre la calle había sido ganada por fuerzasorganizadas (partidos de izquierda, organizaciones sociales y políticas, sindicatos, centros de estudiantes, etc.) y espontáneas desafiando la amenaza prefabricada de la represión. El lunes 18 al mediodía, la movilización a la Plaza de los Dos Congresos se había duplicado en cantidad de personas… muy a pesar del garrote del jueves anterior y a que la televisión se encargó de mostrar que el Gobierno, vía extorción de los gobernadores, ya tenía en su poder la cantidad de votos necesarios para imponer su voluntad. Por la noche, luego de la desaforada violencia de la Policía de La Ciudad y el encarcelamiento de manifestantes, nacía otra manifestación callejera. Comenzó en algunas esquinas porteñas y también en los centros de clase media de diferentes localidades bonaerenses. Y de allí algunos partieron para la plaza del Congreso haciéndose escuchar.
Algunos de estos que se movieron indignados por el despojo de los derechos de los jubilados, no la mayoría por cierto, fueron votantes de Macri. Muchos reportajes en los medios masivos pudieron comprobar tal hecho. Algo se rompió. Que en una ciudad donde cambiemos ganó por más del 50% sonaran las cacerolas en su contra no es una cuestión menor.
Pero es importante consignar que el Gobierno perdió por primera vez en su campo preferido de combate: el relato. O bien subestimó el impacto social o bien el discurso de la justificación del saqueo al bolsillo de los que menos tienen, no alcanzó a conformar a nadie. Se empiezan a notar los condicionamientos de financiar el modelo con deuda externa. En eso, igual que en otros tiempos, atrás de la deuda vienen las instrucciones de cómo debe manejarse la macroeconomía, porque el endeudamiento implica una declinación de la Soberanía. Y estos condicionamientos, como por ejemplo meter mano a la mayor caja del país que es la previsión social, terminan en medidas difícilmente defendibles. La policía del pensamiento, que son los medios, no alcanza para justificar lo injustificable.
En el campo propio, aún en la derrota dentro del recinto, se vivió un clima de victoria. Algunos apresurados y excitados por la movilización hablaban de un clima parecido al 2001. Pero lo cierto es que las condiciones políticas, sociales, culturales y económicas distan mucho de aquellos tiempos del argentinazo que se llevó puesto al legal, pero ilegítimo, Gobierno de De la Rúa y la Alianza, que se repite hoy en algunos personajes como los radicales y la nefasta ministra Bullrich. Estos eran la sustancia de aquel proceso político, pero hoy no son más que actores de reparto en el protagonismo de los sectores del poder económico que cumplen el papel protagónico en el Gobierno actual. No son diferencias menores. Y a esto se le suma la victoria electoral de octubre, que aunque se la haya fumado rápidamente en su impericia política de apagar con nafta los tradicionales fueguitos de diciembre. Sin embargo genera otras condiciones.
Para toda una generación militante fue un bautismo de fuego. Se habían incorporado a la política de la mano de los Gobiernos populares de Néstor y Cristina y nunca habían sentido el rigor de los palos y los gases de la policía. Para esta militancia es entrar en el mundo real de las delicias de ser opositor, en las dificultades de pararse dignamente a bancar lo que se cree con el pecho y no sólo en las redes sociales. Es una oportunidad para repensarse, reorganizarse, redefinir su modo y práctica de intervención política en la etapa histórica.
También mostró, en la calle codo a codo, una nueva alianza política. Ya no se corta el arco político en función de la definición respecto del Gobierno anterior. Lo que divide aguas ahora son las acciones y el monopolio de la iniciativa política del Gobierno de Macri en el poder. Todo lo que esté contra este es un compañero; todos los que justifiquen sus acciones, desde otorgarle tiempo o desde la lógica de la gobernabilidad, es parte de lo que tenemos dejar atrás para construir una nueva victoria del pueblo. Eso también se esbozó dentro del Congreso Nacional, porque también la lucha se da dentro del Palacio Legislativo. La discusión allí puede ser un barajar y dar de nuevo, en donde al Gobierno Nacional, como se vio en los números y a pesar de los aprietes, no le sobra nada.
Así como en la Vuelta de Obligado, esta victoria del enemigo no le da derechos. Para ellos tuvo un costo político demasiado alto. Para el campo popular fue una derrota, porque la reforma previsional pasó y dejó a los jubilados con menos plata en el bolsillo, al borde de la subsistencia, igual que a los beneficiarios de la asignación universal o los discapacitados y los ex combatientes de Malvinas.
Al día siguiente de la lucha, los argentinos y las argentinas amanecimos con menos derechos, sin embargo la lucha nos plantea nuevos desafíos que solo fueron posibles a partir de esa inmensa movilización popular que se produjo para ejercer la Soberanía, para discutirle a la ceocracia que nos gobierna quién manda, para levantar como bandera la Soberanía política. Para los de adentro, pero también para los de afuera para que vean que como decía San Martin (justo respecto de Obligado) que “los argentinos no somos empanadas que solo se comen con abrir la boca”, acá hay un Pueblo al que le cortaron las piernas pero que sigue caminando.
Para nosotros están los desafíos: en este nuevo mapa político, la resistencia no puede retroceder, no puede ser arrinconada en una actitud defensiva, sino que debe ser el principio de una ofensiva política ampliando los horizontes de mayoría, logrando constituir una nueva conjunción política con vocación de poder. De eso se trata, pensar que estamos vivos como Pueblo, dispuestos a dar pelea, aprendiendo de nuestra historia que ésta no es una Nación que acostumbra a estar de rodillas y que más temprano que tarde, caiga quien caiga, le pese a quien le pese, construye la Patria que sueña o la bandera flamea sobre las ruinas, como nos enseñaba Evita.
* Secretario General de Descamisados, Abogado y docente universitario
(nota publicada en vamosavolver.com.ar)