DERRUMBE DEL GRUPO DE LIMA: ¿OPORTUNIDAD PARA RECONSTRUIR LA INTEGRACIÓN REGIONAL?
06 de julio de 2021
Columna de internacionales de Patricio Falabella
Por Patricio Falabella
El ajustado y sorprendente triunfo de Pedro Castillo –proveniente de Perú Libre-, sobre la ultra derechista Keiko Fujimori –referente de Fuerza Popular- en las recientes elecciones presidenciales del Perú, trajo consigo inevitables referencias sobre la devaluación del Grupo de Lima. Con este impacto después los triunfos de Andrés Manuel López Obrador en México, Alberto Fernández en Argentina y Luis Arce en Bolivia, al bloque conservador solo le faltaba perder su componente nominal.
El ocaso de ésta instancia multilateral se debe a su imparcialidad de origen –desconocimiento de la totalidad de los actores involucrados en el conflicto-, su total subordinación a los intereses geopolíticos del imperialismo estadounidense, y la descomposición interna que sufrieron progresivamente varios de los países miembro, que hoy transitan entre las ruinas que va dejando la nueva ola neoliberal en la región. Este contexto plantea grandes desafíos, y también una oportunidad para reconstruir los mecanismos de integración regional que supieron desarrollarse fuera de la egida imperialista y con capacidad de resolución de conflictos de manera pacífica y democrática.
Surgimiento del Grupo de Lima
El surgimiento del Grupo de Lima fue impulsado con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Un conjunto de países, con afinidad ideológica conservadora, intentaron invocar la ruptura del orden constitucional en Venezuela para activar la Carta Democrática Interamericana en el seno de la OEA. Frustrada esta estrategia, a mediados de 2017, emiten una declaración desde la ciudad de Lima, donde se proponían conformar un grupo para dar seguimiento y acompañar a la oposición venezolana en la búsqueda de una salida pacífica de la crisis, ofreciendo ayuda humanitaria y exigiendo elecciones libres.
Entre los países que suscribieron la conformación de esta instancia se encontraban: Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay y Perú. Posteriormente se unen Guyana, Haití, Santa Lucía, y Bolivia bajo el gobierno de facto de Jeanine Áñez. Los avales internacionales que recibió la creación del Grupo de Lima fueron los de Estados Unidos, la Unión Europea (UE) y la OEA.
En la práctica, se convirtió en un mecanismo de bloqueo y cerco diplomático contra la República Bolivariana de Venezuela, avalando y promoviendo operativos de desestabilización y fuerzas encubiertas, conformada por mercenarios. El acoso sistemático, el aislamiento y la asfixia económica y financiera solo lograron empeorar la situación social del pueblo venezolano.
Las acciones de hostigamiento hacia Venezuela
Las acciones concretas del Grupo de Lima fueron el creciente régimen de sanciones económicas -incesantes durante la pandemia de Covid-19- el reconocimiento de Juan Guaidó como presidente encargado, la calificación del gobierno de Nicolás Maduro como “narcoterrorista”, la operación “humanitaria” encubierta denominada “Cúcuta” y el operativo mercenario-militar “Gadeón”. Todas estas maniobras se convirtieron en intentos frustrados de derrocar al presidente Maduro.
Este conjunto de acciones de hostigamiento evidencian los intereses geopolíticos del imperialismo estadounidense por el que estaba regido el Grupo de Lima. También, este tipo de presiones desestabilizadoras llevaron al gobierno de Maduro a buscar y conseguir apoyo internacional con países extra regionales y de gran envergadura como China, Rusia, Irán y Turquía, incrementando la complejidad y las tensiones geopolíticas.
El consenso de la derecha latinoamericana
El nacimiento del Grupo de Lima reafirmó el cambio de rumbo por el que transitaba Latinoamérica desde comienzos del siglo XXI, revelando el franco retroceso de las orientaciones progresistas, y la emergencia de una nueva hegemonía neoliberal que se expresaba en el giro a la derecha en la región. Este auge conservador fue menguando a medida que las políticas de ajuste provocaban un rápido deterioro sobre el bienestar social. El shock de la especulación financiera y el endeudamiento profundizó las desigualdades de manera fulminante, aumentando el desempleo, la pobreza y exclusión.
Un año y medio después de la conformación del Grupo, el fracaso del nuevo laboratorio neoliberal convergió con la llegada de la pandemia de Covid-19. La envergadura de la emergencia sanitaria profundizó la crisis económica y política, visibilizando las desigualdades y desnudando la incapacidad de la derecha para gobernar sobre cuestiones que atañen al bien común. La revivificación de alternativas progresistas y las crisis político social desatada en Chile, Colombia, Haití muestran un estado de convulsión que atraviesa toda la región y definitivamente no están exentas las estructuras más rígidas del neoliberalismo vernáculo.
Descomposición de la hegemonía neoliberal
Con el triunfo de la alianza de Cambiemos en noviembre de 2015, la Argentina fue el primer país de la región donde la derecha logró derrotar en las urnas la experiencia progresista de los gobiernos K (2003-2015), ya que las derechas respectivas de Paraguay (2012) y Brasil (2016) tuvieron que apelar a los viejos vicios golpistas para derrocar a los ex presidentes progresistas Fernando Lugo y Dilma Rousseff.
El surgimiento de esta nueva ola de gobiernos conservadores, ya sea para dar continuidad al consenso neoliberal o bien con el objetivo de frenar el avance de gobiernos progresistas, tuvo el particular ascenso de empresarios en el mundo de la política y los asuntos públicos. De esta forma, como sostiene Inés Nercesian, se dará sin la intermediación de políticos tradicionales y con la vinculación directa de Presidentes empresarios y Estados Capturados.
Siguiendo a Nercesian, los rasgos novedosos de esta fase ya no esperan del Estado la instrumentación e institucionalización de las reformas de ajuste estructural -característica de los 90-, sino garantizar el sistema de financiarización a través de la libre circulación de bienes y de capital (Nercessian 2020, 29). Con estas referencias se desarrollarán las presidencias de Mauricio Macri en Argentina (2015-2019), el segundo mandato de Sebastián Piñera en Chile, la continuidad del Uribismo a través de Iván Duque en Colombia, el regreso del PRI al poder en México a través de la figura de Enrique Peña Nieto (2012-2018), Horacio Cartes en Paraguay y Pedro Pablo Kuczynski en Perú.
Todos estos gobiernos gozaban de legitimidad, con un fuerte componente de arraigo neoliberal en la sociedad y altas perspectivas de continuidad del modelo. Por estos motivos, estas administraciones fueron los principales motorizadores de la agenda que Estados Unidos planteaba para la región a través del Grupo de Lima. Otros actores tuvieron que conformarse con un rol de segundo orden y acompañamiento, tal es caso de la dudosa legitimidad de origen que gozaban tanto la polémica y violenta reelección del gobierno de Juan Orlando Hernández (2018) en Honduras, como las maniobras golpistas que se suscitaron en Brasil y llevaron a la presidencia a Michel Temer (2016-2018).
Como anticipamos, varios de estos gobiernos fueron remplazados electoralmente por distintas alternativas populares (Argentina, Bolivia, México, Perú) y otros siguen débilmente aferrados al conservadurismo y, en otros casos, autoritarismo neoliberal. Así se revela con la derrota de la derecha chilena frente al proceso democratizador constituyente y la bisagra histórica con las incesantes movilizaciones del pueblo colombiano contra la represión y las masacres de la narco-política Uribista. En Brasil, la catástrofe sanitaria y el progresivo hundimiento del gobierno de Jair Bolsonaro en el reciente escándalo de corrupción por la compra de la vacuna India Covaxin, son la contracara de la reaparición política del renacido Luiz Ignacio Lula da Silva, como amplio favorito en las encuestas para las elecciones presidenciales de 2022.
Regionalismo activo, integración o dependencia.
A modo de conclusión podemos establecer que el Grupo de Lima no pudo brindar ningún tipo de solución a la situación de crisis en Venezuela, como se observa solo contribuyó a empeorar la situación del pueblo venezolano. Sus defectos de origen como instancia de negociación y resolución de conflictos regionales estuvieron marcados por su imparcialidad ideológica y afinidad con la extrema derecha venezolana, el alineamiento automático con el gobierno de Trump, y la utilización de la política exterior con fines domésticos electorales. Además, se abandonaron otras instancias regionales, retirándose de la Unión de Naciones Suramericana (UNASUR), desatendieron la Comunidad de Estados Latinoamericana y Caribeña (CELAC), y propusieron flexibilizar los procesos de integración que funcionaban como uniones aduaneras, transformando la cuestión venezolana como el único tema de agenda regional.
También es importante señalar que el fracaso del Grupo de Lima es un reflejo de la descomposición neoliberal interna que sufrieron varios de sus integrantes. Este proceso dinámico de transformación social política, económica y cultural, abre nuevos escenarios y oportunidades para reconstruir la capacidad regional de resolver los problemas autóctonos, independientemente de los contrapuntos ideológicos, como supo ser en un pasado reciente las exitosas intervenciones de UNASUR, con las tensiones ocurridas entre Ecuador y Colombia, o Venezuela y Colombia.
Por último, es destacable el lamentable rol del Secretario General de la OEA, Luis Almagro, quién obstaculizó todos los esfuerzos en busca de una salida negociada y pacífica para el conflicto venezolano, y apoyó y convalidó el golpe de Estado en Bolivia contra Evo Morales. Estos hechos desprestigiaron y deterioraron la imagen de la organización como un actor interamericano confiable y neutral. Es por este motivo que un regionalismo activo es indispensable para recuperar los mecanismos con capacidad de resolución autónoma, pacífica y democrática, y como estrategia fundamental para reconstruir la unidad e integración latinoamericana fuera de la egida imperialista, neoliberal e injerencista.