Oveja Negra

Con la fuerza del mercado


23 de julio de 2016

Oveja Negra

El gobierno argentino debutó como miembro observador en la Cumbre de la Alianza del Pacífico, bloque que avanza en la región luego del cambio de gobierno en Argentina y la suspensión de Dilma en Brasil. Para entender el impacto de la incorporación del país es importante analizar las condiciones necesarias para el ingreso.

Por Augusto Taglioni

La Alianza del Pacífico tiene 4 miembros plenos: México, Colombia, Perú y Chile. Para ingresar, se deben firmar acuerdos de libre comercio con al menos dos de esos cuatro. Además de Argentina hay 48 observadores, entre ellos, EE UU, Japón, Nueva Zelanda y Vietnam. Todas piezas claves del acuerdo Trans Pacífico (TTP) que busca diseñar una zona de libre comercio en el eje pacífico. Es lógico llegar a la conclusión que la Alianza del Pacífico es la pata regional de la estrategia de libre comercio que propone la Casa Blanca.

Con Obama la política exterior de EE UU se caracterizó por tener una estrategia global-neoliberal. Es decir, en un mundo-multipolar con varios centros de poder, abandonó la lógica unilateral para construir una conducción sobre los espacios generados por esa multipolaridad. El G20, los BRICS y ahora el amplio TTP caminan en esa dirección. EE UU promueve una multilateralidad comercial en la que no ejerce una conducción explícita sino que se beneficia en la medida que haya cada vez más apertura. Aquí se encuadra la Alianza del Pacífico, abordemos con más profundidad el protocolo de este bloque y las particularidades de los países miembros.

Con Obama la política exterior de EE UU se caracterizó por tener una estrategia global-neoliberal.

Regionalismo abierto o libre comercio son algunas de las definiciones con la que este bloque busca posicionarse como el eje comercial del siglo XXI frente al supuesto populismo o retraso del Mercosur.  ¿Es cierto? ¿Qué beneficios concretos nos aseguramos como región con esta apertura comercial? Desde la lógica que todo crecimiento económico necesariamente debe generar mayores niveles de inclusión social, nos encontramos con números no tan alentadores en estos países puestos como ejemplos regionales.

Chile

Depende del cobre, del que fija su precio internacional. Luego, está el sector servicios con un 26% del PBI y la minería con 14%. Carece de desarrollo industrial y su economía está llena de productos importados. El índice de Gini, que mide la diferencia entre el que más y el que menos gana, es de 0,550. La reducción de esta diferencia fue mínima, teniendo en cuenta que en 1999 era de 0,559. El 5% más rico de la población gana 830 veces más que el 5% más pobre. Esto demuestra que la bonanza económica de la apertura comercial no se ha expresado en igualdad social (ni en más servicios públicos tales como jubilaciones, educación y salud) a pesar de ser uno de los pocos países de la región integrante de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) con aceptación de las calificadoras de riesgo.

Colombia

Ocupa el puesto 14 en desigualdad, entre 134 países observados por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Es un Estado con mala distribución de la riqueza que llevó a más del 60% de la población rural y el 30% de la urbana a vivir bajo el umbral de la pobreza, contando con un elevado índice de Gini (0,53%). El buen resultado del proceso de paz con las FARC obligará al gobierno y al sistema político a hablar de los problemas estructurales del país: pobreza, desigualdad, precariedad laborar y desempleo.

México

Es parte del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) desde 1994. El 1% de su población recibe el 21% de los ingresos de todo el país. Muestra el mayor nivel de concentración del ingreso según un estudio de la Organización sin fines de lucro Oxfam. La riqueza de los cuatro mexicanos más poderosos (como Carlos Slim -77.000 millones de USD-, Germán Larrea -13.900 millones-, Alberto Baillères -con 10.400- y Ricardo Salinas Pliego -8.000-) asciende al 9.5% del Producto Interno Bruto del país, mientras que de 1996 a 2014, el PIB per cápita sólo creció un 1% a tasa anual. Esto se potencia con el sistema de maquilas (fábricas situadas en ciudades fronterizas con EE UU) generalmente de capitales extranjeros destinadas a atraer inversión mediante mano de obra barata. Los trabajos son rotativos producto del cansancio o problemas de salud y no tiene reparo en la explotación laboral para mujeres y niños.

No hay marco regulatorio, esto permite la concentración del poder en monopolios u oligopolios en sectores como el minero o telecomunicaciones. Por otro lado, el sistema tributario regresivo deposita el peso del pago de los impuestos en lo más pobres. La población indígena es 4 veces más pobre. El 38% de la población hablante indígena vive en pobreza extrema. El porcentaje correspondiente para la población total es inferior al 10%. Esto implica que la tasa de pobreza extrema para los hablantes indígena es casi 4 veces más alta que la de la población en general. Datos alarmantes si se tiene en cuenta que México es integrante de la OCDE y se ubica en el puesto 14 de los países económicamente más fuerte. La riqueza que se genera no se invierte para un mejor funcionamiento de lo público: el 48% de las escuelas carecen de cloacas, el 31% de agua potable, mientras que el 13% no tiene baños y el 11% no posee energía eléctrica. Sin mencionar los enormes problemas de violencia y narcotráfico que hacen de este país un Estado fallido en muchos de sus territorios.

Perú

De los casos mencionados, es el que más crecimiento sostenido tuvo en la última década junto con Bolivia. El crecimiento tuvo puntos máximos del 7% y un piso del 2% anual, según las etapas. El modelo de apertura económica redujo el desempleo al 6% pero no disminuyó la brecha entre el que más y el que menos cobra. La informalidad laboral es del 75% -de las más altas de la región según el Instituto Nacional de Estadísticas e Informática (INEI)-. Así, de cada 10 trabajadores, 4 no tienen seguro de salud y 7 no cuentan con cobertura de pensiones.

Esto no cierra sin millones de personas cobrando la mitad por su trabajo y la posibilidad vetada de acceder a derechos básicos como educación o salud.

Cuando hablamos de la Alianza del Pacífico, no nos referimos a un bloque poderoso que se inserta para proyectar una banca común, agregar valor, desarrollar la industria y la tecnología materializando la integración con infraestructura y la generación de trabajo como motor de crecimiento. Mauricio Macri debutó en el bloque pacífico hablando de “abrirse al  mundo”, eufemismo con el que defiende este regionalismo abierto o aperturismo, como quieran denominar las características del mundo al que nos estamos insertando. Un mundo más financiero que productivo, con una economía alejada de las necesidades de las grandes mayorías y del diseño de políticas públicas inclusivas y generación de empleo de calidad. Esto no cierra sin millones de personas cobrando la mitad por su trabajo y la posibilidad vetada de acceder a derechos básicos como educación o salud. El problema con esto es que llega un punto en el que el modelo colapsa, Europa es un ejemplo.

¿Cómo garantizará la prosperidad este bloque desideologizado y aperturista en un mundo con los centros de poder en crisis? Permitiendo que las potencias exporten sus crisis, con seguridad jurídica para los grandes conglomerados económicos y acuerdos de libre comercio beneficiosos para las potencias que seguirán protegiendo sus economías sin permitir el ingreso ni de un limón. La lógica de mercado desembarca con toda su fuerza en este segundo semestre y la lluvia de inversiones parece lejana, aunque con seguridad se avecina una tormenta. 

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