NACIONALISMO Y SOCIALISMO: O EL ARTE DE HACER POSIBLE LO NECESARIO
01 de agosto de 2020
Por Daniel Ezcurra - Historiador del Centro de Estudios en Políticas de Estado y Sociedad. Partido Kolina, Buenos Aires.
Corría el año 2005, el año del NO al ALCA en la Cumbre de la Américas de Mar del Plata, uno de los puntos más altos de realizaciones de la integración regional soberana en Nuestra América. Los gobiernos populares de Hugo Chávez, Lula Da Silva, Néstor Kirchner y el recién asumido Tabaré Vázquez en Uruguay, junto a la vigente Revolución Cubana y las luchas de los pueblos en Bolivia, Ecuador y Colombia expresaban el momento de quiebre con las políticas neoliberales del Consenso de Washington y la globalización unipolar.
Los debates sobre como estabilizar los procesos y profundizarlos generaban polémicas, impugnaciones y ricos intercambios. Agradeciendo la oportunidad en esta publicación, quería recordar en este número de Oveja Negra una nota de aquel momento publicada en Argenpress polemizando con un texto del economista Claudio Katz sobre la caracterización de los gobiernos de Argentina, Brasil, Venezuela y Uruguay, y las tareas de las fuerzas populares latinoamericanas.
La nota no tiene ningún mérito personal, pero entiendo que puede ser rescatada por sistematizar una serie de debates que desde el nacionalismo popular damos sobre las herramientas de análisis para la interpretar las luchas populares en nuestro contexto.
Nacionalismo y socialismo. O el arte de hacer posible lo necesario
Escribe Daniel Ezcurra.
En un artículo publicado en Argenpress el compañero Claudio Katz analiza la situación latinoamericana y emprende un ataque contra todo lo que supone el freno principal para el desarrollo del proceso revolucionario en el continente: el nacionalismo, la centroizquierda y los gobiernos como los de Lula, Kirchner, el Frente Amplio y también el del presidente Chávez si no cumple con determinadas condiciones.
Creemos interesante confrontar ideas no con el autor del artículo, sino con el esquema de análisis que condensa las tradicionales tesis de la vieja izquierda actualizadas al debate sobre la etapa presente. Principalmente porque el corazón del texto se centra en uno de los temas más trascendentes de la actual situación: la caracterización de gobiernos como los antes mencionados y la actitud de las organizaciones populares y de izquierda frente a los mismos.
Katz es categórico, los gobiernos como los de Lula, Kirchner (y el Frente Amplio que " acaba de llegar al gobierno y se encamina por el rumbo de Lula") son antipopulares porque "ya demostraron su nítido interés por favorecer los negocios empresarios a costa de las reformas sociales", por lo tanto "resulta inadmisible la participación de militantes combativos en ambos gobiernos. Aceptar cargos implica asumir directamente la responsabilidad de ejecutar esas (impopulares) políticas".
Entonces; ¿cuál es el camino a seguir para las organizaciones populares?: La respuesta llega - no menos categórica- en el último párrafo al final de largas páginas de crítica: "Lo central es reafirmar su terreno de acción junto a los oprimidos, sin involucrarse en las preocupaciones de los empresarios. El desafío es renovar el proyecto socialista y no discutir qué tipo de capitalismo le conviene a cada país". Como el artículo carece de precisiones acerca de cómo concretar esta estrategia, tomaremos como desarrollo táctico algo que propone para la Argentina: "resistir los atropellos del gobierno, denunciar sus maniobras y construir un polo de izquierda".
En apretada síntesis esta es la propuesta de una buena parte de la izquierda argentina para la etapa: todo capitalismo es igual de malo, por lo que no hay que involucrarse en las "luchas interburguesas", a las que hay que oponer un hipotéticamente renovado socialismo, al que se llegará con una táctica defensista de resistir, denunciar junto a sostener y concentrar la identidad de izquierda.
A pesar de la estimulante reivindicación de Katz del general Perón como "un líder popular derrocado, perseguido y exiliado por los militares" o de la tardía y superficial adhesión de una parte de la izquierda a la revolución bolivariana, podemos rastrear históricamente la matriz de este pensamiento en las posiciones políticas de la izquierda tradicional en la Argentina de 1945, o en el México del general Lázaro Cárdenas, o en la Bolivia del mayor Villarroel, o en el Perú de Velazco Alvarado o sin ir más lejos en la Venezuela del golpe al presidente Chávez. Y aquí nos introducimos en lo que da sustancia a este debate.
El autor reconoce que "el ascenso del nacionalismo y la centroizquierda han cambiado el clima intelectual de Sudamérica. Ya no se discute solo cuánto avanzó el neoliberalismo, sino también cómo puede ser enfrentado y derrotado". Es decir que analiza que la llegada de los gobiernos en cuestión, son la manifestación de un cambio en la correlación de fuerzas regional a favor de las mayorías populares, pero a la vez no les concede ningún mérito pues "Lula y Kirchner son variantes de una dominación capitalista afectada por la pérdida de iniciativa patronal, que generó la crisis del neoliberalismo". Es decir que estas administraciones reflejarían por un lado el impacto de la resistencia popular en la estrategia de dominación neoliberal y por otro la imposibilidad de esa resistencia para transformarse en alternativa política autónoma antisistema.
En este punto del análisis Katz deduce su posicionamiento político echando mano, correctamente, a la experiencia histórica: "avanzar exige superar las limitaciones que frustraron a otros ensayos nacionalistas", pues "la experiencia demuestra que las conquistas congeladas se diluyen. Si el proceso (habla para el caso venezolano) es frenado volverá a repetirse lo ocurrido con el PRI o el peronismo, que involucionaron desde el poder hasta convertirse en opciones de las clases dominantes. El camino opuesto siguió la revolución cubana".
Aquí aparecen dos de los déficits recurrentes de la izquierda dogmática: en primer lugar la formal asimilación de la existencia de una doble contradicción en nuestros países, es decir, la que enfrenta a imperio y Nación junto a (la compartida con los países centrales) entre burguesía y proletariado. La enseñanza fundamental de la revolución cubana (renovada hoy por la revolución bolivariana) que la izquierda debe buscar, no está en el final del proceso, sino justamente al principio: en la necesidad de conformar una alianza de clases con todos los agredidos por el enemigo principal, que tenga una identidad que refleje la historia de lucha de esa sociedad y que ponga en el centro de la escena la contradicción imperio o Nación.
Por supuesto que toda búsqueda consecuente de liberación nacional terminará en la social (y no como una seguidilla de etapas sino como un proceso de revolución permanente), pero suplantar las correlaciones de fuerzas, la experiencia histórica concreta, las identidades y las alianzas necesarias por el reduccionismo ideológico, es adoptar una postura testimonial en tanto falta de una estrategia real de poder; y la política testimonial es una de las caras del reformismo.
En segundo lugar, tenemos la falta de autocrítica. En las nueve páginas de argumentos del artículo sobre la incapacidad del nacionalismo (que es lo que en nuestro caso nos interesa) para transformar la realidad, no aparece ninguna mención al lamentable papel representado por distintos sectores de la izquierda en variados momentos de la historia latinoamericana del siglo XX frente al desafío de comprender y actuar en el marco de diferentes procesos nacionales como los arriba mencionados. Repetir los esquemas que llevaron a organizaciones de izquierda a festejar junto a la rosca minera el linchamiento del presidente Villarroel en la Bolivia de 1946, o a marchar codo con codo junto a la oligarquía argentina en 1945 no pareciera ser el camino que lleve a "renovar el proyecto socialista".
Este análisis concediendo terreno al economicismo analiza como hechos automáticos los cambios macroeconómicos, "La explosión de pobreza se ha frenado por el cambio del ciclo. Este giro repite lo ocurrido a principios de los 90, cuándo el debut de la convertibilidad cortó la inercia inflacionaria". Es decir que la aparición de la convertibilidad y su ruptura nada tienen que ver con cambios al interior de las alianzas del bloque de poder que a su vez tampoco remiten a los efectos de la lucha de clases, porque como ya se nos explicara antes no hay que "involucrarse en las preocupaciones de los empresarios".
Siguiendo este método se entiende como la izquierda tradicional no encuentra "ninguna prueba de rechazo del establishment al gobierno de Kirchner. Los capitalistas (retengamos la indiferenciación) están agradecidos con el mandatario que les permitió recuperar dinero y poder". En síntesis y en propias palabras del autor; "Obviamente 'Lula es diferente a F. H. Cardoso' y 'Kirchner no es igual a Menen o De la Rúa'. Pero esta caracterización solo constata que ningún presidente reproduce al anterior. El régimen político burgués funciona con alternancias para que cada gobierno se adapte a las necesidades cambiantes de la clase capitalista". En buen romance; Menem y Kirchner representan lo mismo. Por supuesto que debemos abstenernos de pedirle las peras de analizar las contradicciones principales de las secundarias al olmo de este método para explicar la realidad.
El comienzo del artículo reconfirma la visión del signo igual que comparten Menem y Kirchner o Cardozo y Lula pues son "gobiernos (que) refuerzan los mecanismos estatales de regulación", para luego pasar a hacerse una pregunta fundamental: "lo importante es dilucidar a quién beneficia esta injerencia". Aquí es obvio que si no pueden verse (pues no interesan para la política revolucionaria) los cambios de hegemonía en el bloque dominante y las posibilidades de acumulación que ello pudiese brindar a los sectores populares en tanto reflejos de un cambio en la correlación de fuerzas, la respuesta llega diáfana: beneficia a "los capitalistas" y no a los "trabajadores".
Y esto es así porque "los nuevos presidentes simplemente debutan con proclamas antiliberales y luego perpetúan el status quo". Desde esta generalización económica (los gobiernos capitalistas son malos para los trabajadores) el autor (y la izquierda tradicional) llega a otra generalidad esta vez ideológica: "la radicalización anticapitalista y la perspectiva socialista constituyen la única certeza de bienestar y progreso". ¿Y la mediación política?, ¿y la construcción de un bloque que debilite al campo enemigo?, ¿y, en definitiva, la estrategia de transformación? Se resuelven con más ideologismo.
Esta línea argumental bi-cromática que acepta como única respuesta política posible para la etapa la implementación del socialismo, lleva al autor al grosero error político de equiparar alzamientos populares, luchas antimperialistas y la búsqueda consciente de cambio de sistema como si se tratara de términos intercambiables. A la pregunta "¿el proyecto socialista ha quedado sepultado?", el economista responde que "la continuidad del impulso popular a la sublevación contradice ese repliegue. La secuencia de levantamientos que conmocionó a varios países (Ecuador, Bolivia, Argentina) en los últimos años, revela que existe la disposición y la necesidad de encarar transformaciones antiimperialistas radicales, para revertir la degradación que sufre Latinoamérica". Pero claro si las contradicciones principales y secundarias no pueden aplicarse a la Argentina actual, si Menem y Kirchner son iguales en tanto "capitalistas": ¿por qué una asamblea post 19 y 20´ no puede representar el germen de un soviet o una explosión contra el hambre la toma del palacio de invierno?
Si se toma por buena esta asimilación de distintos niveles de conciencia y organización del campo popular, de lucha social con lucha política y de éstas con la búsqueda revolucionaria, se comprende mejor porque no se encuentra respuesta a que "las clases populares conquistan las calles durante las huelgas, los enfrentamientos y las movilizaciones, pero entregan su destino al enemigo cuándo deben definir el rumbo político de sus países". Mejor expresado, se entiende porque la izquierda tradicional las encuentre en " los errores (o traiciones) que predominan en el campo de los luchadores", es decir en "los ensayos de la centroizquierda y las apuestas del nacionalismo" y no en su propia incapacidad para trazar una estrategia de poder real en nuestros países.
Este tipo de pensamiento sostiene implacablemente en el campo del testimonio las mismas banderas de igualdad y emancipación que renuncia a levantar efectivamente en la realidad, cuando ésta se niega a entrar en sus moldes. Y como de aquellos polvos estos lodos, la subestimación de los procesos nacionales desde el siglo pasado hasta hoy, con todas sus especificidades, lleva al camino de la impotencia política. Y la impotencia política ha sido, para la izquierda de la que hablamos, la contracara necesaria de su falta de arraigo de masas.
La idea de que una política revolucionaria significa la confrontación absoluta con el sistema sin contemplaciones de tiempo y espacio y sin herramientas ni mediaciones transicionales, ocupa el terreno de las necesarias consideraciones morales, pero difícilmente sirva para la acción política. Confrontado con ese problema, el pensamiento que representa el artículo termina por morderse la cola: Nos dice que aceptar la necesidad de discriminar las contradicciones principales de las secundarias "sólo tiene sentido si se postula una estrategia socialista", pero como al plantear cualquier programa político inmediato que no sea el socialismo la izquierda "abandona su identidad y renuncia a sus banderas de igualdad y emancipación", la conclusión es sencilla: "por este camino la izquierda sepulta su futuro". Es decir, burguesía por un lado, proletarios por el otro y al que no le guste o es un traidor o un defensor del status quo.
Sin ánimo de entrar en una "guerra de citas" traemos una reflexión de Fidel Castro sobre este tema que sintetiza "la enseñanza" de la revolución cubana: " Nuestro programa cuando el Moncada no era un programa socialista, pero era el máximo programa social y revolucionario que en aquel momento nuestro pueblo podía plantearse. Ahora, un camino de la revolución significa precisamente el propósito de ir aprovechando cada coyuntura y cada posibilidad de avanzar un revolucionario verdadero siempre busca un máximo de cambio social, pero buscar un máximo de cambio social no significa que en cualquier instante se puede proponer el máximo, sino que en determinado instante y en consideración del nivel de desarrollo de la conciencia y de las correlaciones de fuerzas, se puede proponer un objetivo determinado y una vez logrado ese objetivo proponerse otro objetivo más hacia adelante. El revolucionario no tiene compromisos como para quedarse en el camino".
O dicho de forma "más clásica": "Sólo se puede vencer a un enemigo más poderoso poniendo en tensión todas las fuerzas y aprovechando obligatoriamente con el mayor celo, minuciosidad, prudencia y habilidad la menor 'fisura' entre los enemigos, toda contradicción de intereses entre la burguesía de los distintos países, entre los diferentes grupos o categorías de la burguesía en el interior de cada país: hay que aprovechar asimismo las menores posibilidades de lograr un aliado de masas, aunque sea temporal, vacilante, inestable, poco seguro, condicional El que no ha demostrado en la práctica, durante un lapso bastante considerable y en situaciones políticas bastante variadas, su habilidad para aplicar esta verdad en la vida, no ha aprendido todavía a ayudar a la clase revolucionaria en su lucha por liberar de los explotadores a toda la humanidad trabajadora" (V. Lenin).
Como vemos, una mirada muy lejana de las simplificaciones políticas en las que incurre el pensamiento representado por el artículo.
También es interesante detenerse en la reivindicación de la revolución bolivariana que ensaya el autor. El reconocimiento, que compartimos, sobre que Venezuela "articula la resistencia antiimperialista de la región" porque se está "procesando una transformación democrática radical de las instituciones del estado" fruto de que "Las ambiciosas reformas sociales que propugna Chávez requieren mayor radicalización política" lo que a su vez "ha generado hasta ahora cierta dinámica antiimperialista de radicalización que opone a las clases opresoras y oprimidas", difícilmente pueda conciliarse con el esquema de análisis bipolar que propone su artículo: Es decir que, en sus propias palabras, estaría apoyando, (por supuesto que en Venezuela y no aquí), un proceso que comienza como la ruptura sólo política con el bipartidismo por parte de un militar nacionalista (burgués) que concentrará las expectativas de cambio de las mayorías hastiadas con escasos niveles de conciencia y organización popular, accediendo al gobierno a través de elecciones, con un programa capitalista donde el socialismo brilla por su ausencia.
Aquí se nos plantean algunos interrogantes: ¿Las FFAA armadas, uno de los polos que sostienen a Chávez estarán por el socialismo? ¿La deuda externa que paga Venezuela será de naturaleza distinta a la que paga la Argentina?, ¿Que Chávez hable de la construcción de un capitalismo nacional, implante una identidad patriótica, se diga seguidor del General Perón y socio político de Kirchner no le sugiere nada?
Según nuestra óptica: Chávez es fruto de la crisis económica y política del neoliberalismo que encontró, en Venezuela, salida en un líder militar nacionalista revolucionario (burgués para Katz) que lidera la conformación de una alianza entre los sectores populares más desposeídos y una fracción de la burguesía nacional (que se refleja en el grueso del ejército) relegada por el neoliberalismo de Carlos Andrés Pérez y compañía, que se aprestaba a fines de los 90´ a entregar al capital transnacional "La joya" de la abuela venezolana: Lo que estuvo en juego en esa lucha "interburguesa" fue y es el dominio del aparato del Estado y fundamentalmente de la renta petrolera (que representa un 80% de las exportaciones y más del 60% del PBI). Una vez más: ese es el comienzo de un proyecto transformador.
La historia y el presente latinoamericanos siguen demostrando la vigencia de las alianzas de clase para enfrentar al imperialismo y al capital monopólico transnacionalizado desde un proyecto antiimperialista que busque la liberación nacional, para lo que, en un punto de la maduración del desarrollo de la lucha de clases, deberá radicalizar el proceso hacia formas de organización social y propiedad sostenidas por un poder popular revolucionario.
El compañero Katz, al contrario de la izquierda en Venezuela y repitiendo viejos errores históricos, sostiene que esa acumulación de fuerzas no se logrará dentro del proceso; organizando y elevando los niveles de conciencia desde la misma experiencia de las masas y participando de su identidad política, sino combatiéndolo implacablemente desde la vereda de enfrente desplegando la bandera de la pureza clasista.
Y llega a esa conclusión interpretando este complejo panorama desde un mirador donde todos "los capitalistas" son lo mismo, donde el ALCA y el Mercosur serían equivalentes en tanto herramientas de "la" burguesía, donde se confunde explosiones populares con organización revolucionaria, lucha social con autoconciencia anticapitalista y fundamentalmente porque entiende que la contradicción principal para un país dependiente en este contexto es socialismo vs capitalismo.
Demás está decir que no compartimos ni analítica, ni histórica ni prácticamente esa lectura. Desde nuestra interpretación el gobierno de Kirchner abre una puerta a un cambio de correlación de fuerzas a favor de las mayorías, en tanto surge de un movimiento de masas (resistencia neoliberal - 19 y 20 de diciembre) que profundiza la brecha con las herramientas de dominación política del neoliberalismo.
Una de las principales diferencias con el chavismo es que por las especificidades del proceso político de nuestro país, el embate del campo popular no rompe la identidad tradicional, sino que produce al interior del peronismo (en tanto catalizador y vehículo de las principales fracciones de la burguesía) una realineación (crisis de representatividad / cambio de hegemonía en el bloque de poder) que lleva al surgimiento de un presidente, sin peso propio dentro del PJ, que se plantea construir una alianza entre las fracciones de la burguesía menos trasnacionaliazadas con intereses en el mercado interno y regional y los sectores populares, con base política dentro del PJ (lo que es fundamental) y más allá de él, para avanzar en un proyecto (nacional) que dispute con el capital financiero internacional y los sectores más concentrados la conducción económica de la etapa que se abre.
No cabe ninguna duda que este proceso tiene final abierto, nuestros enemigos históricos son poderosos y agresivos a pesar de la crisis del neoliberalismo (y justamente como producto de ella), pero entendemos que (como lo demuestra con su diversidad la realidad latinoamericana) existe el espacio para seguir avanzando en la construcción de sociedades con mayores grados de independencia económica, soberanía política y justicia social. Esa posibilidad concreta en la Argentina actual pasa por construir fuerza política transformadora que apuntale y profundice el proyecto nacional y popular que hoy encarna el presidente Kirchner.
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CENTROIZQUIERDA, nacionalismo y socialismo (II)
Por: Claudio katz (especial para ARGENPRESS.info)* (Fecha publicación:28/2/2005)
Opciones ficticias
Obviamente “Lula es diferente a F.H.Cardoso” y “Kirchner no es igual a Menen o De la Rúa”. Pero esta caracterización solo constata que ningún presidente reproduce al anterior. El régimen político burgués funciona con alternancias para que cada gobierno se adapte a las necesidades cambiantes de la clase capitalista.
Ambos gobiernos refuerzan los mecanismos estatales de regulación. Pero lo importante es dilucidar a quién beneficia esta injerencia. Los neoliberales, por ejemplo, utilizaron el aparato del estado para apuntalar privatizaciones y rescatar bancos quebrados. y el intervencionismo actual de Lula bloquea aumentos salariales, garantiza altas tasas de interés y asegura que los agroexportadores se embolsen los beneficios de la reactivación. Estas acciones no son contradictorias con ensayar una “política exterior autónoma”, porque todos los presidentes de Brasil han buscado diversificar las transacciones comerciales y China se ha convertido en un mercado apetecido por todos los empresarios.
Algunos analistas consideran que al menos se introdujo el plan de hambre cero. Pero este programa nunca pudo arrancar efectivamente por falta de presupuesto. También se menciona la reforma agraria, sin notar como los terratenientes continúan intimidando a los terratenientes contra los ocupantes de tierras. Mientras un puñado de 27.000 oligarcas controlan la mitad del terreno cultivable, los asentamientos que prometió el gobierno se concretan a paso de tortuga.
La modesta recuperación económica reciente tampoco es un mérito de Lula, porque reactivaciones semejantes se verifican en toda la periferia. Desconociendo este dato -resultante de la afluencia coyuntural de capitales externos- es frecuente también atribuir el rebote de la economía argentina a la política de Kirchner. Algunos incluso celebran el comienzo de una redistribución de los ingresos que no pueden verificar en ninguna estadística. La explosión de pobreza se ha frenado por el cambio del ciclo. Este giro repite lo ocurrido a principios de los 90, cuándo el debut de la convertibilidad cortó la inercia inflacionaria. Lo llamativo en la actualidad es cuán poco bajan los índices de exclusión y desempleo en el contexto de enormes excedentes fiscales que acumula el gobierno para pagar la deuda.
En Brasil los seguidores de Lula esperan que el PT 'vuelva a sus orígenes'. El propio presidente alienta estas ilusiones para retener a sus críticos y preservar su declinante legitimidad. En la Argentina los defensores de Kirchner prometen que transcurrido cierto lapso podrán vislumbrarse las ventajas del nuevo modelo. Pero todo indica que sucederá lo contrario, porque si el mandatario se estabiliza también afianzará el modelo patronal que aplicó durante su larga gestión en Santa Cruz.
La incansable reivindicación que hacen Lula y Kirchner del Mercosur es considerada por sus partidarios como otra prueba del cambio en curso. Pero ambos líderes sólo defienden a las empresas radicadas en los dos países. Buscan además preservar el equilibrio entre los grupos capitalistas favorecidos y afectados por la propia concurrencia brasileño-argentina. Reformular el Mercosur como proyecto de integración popular y resistencia al imperialismo no figura en sus planes.
Derecha, contradicciones y frentes
A veces se afirma que 'una derrota de Lula favorecería a la derecha'. Pero es mejor analizar lo que sucede y no lo que podría ocurrir. ya nadie puede caracterizar que la derecha desestabiliza a Lula, porque a diferencia de Venezuela la reacción felicita al líder del PT.
Otros analistas consideran que 'cumplir con el FMI y pactar con la derecha' es el precio que tiene el logro de reformas sociales paulatinas. Pero como Lula asumió el programa de sus adversarios, estas conquistas simplemente no existen. Quiénes todavía piensan que no se puede 'derrotar simultáneamente a la Lula y a la derecha' desconocen que el presidente cambió de bando y que los trabajadores necesitan contar con su propia alternativa.
El fantasma de la derecha se esgrime también en Argentina, sin ninguna prueba de rechazo del establishment al gobierno de Kirchner. Los capitalistas están agradecidos con el mandatario que les permitió recuperar dinero y poder. No hay que olvidar que el mismo diagnóstico conspirativo era utilizado hace algunos años para justificar las políticas regresivas de Alfonsín o De la Rúa. Pero lo peor es ignorar que Kirchner pertenece al mismo partido de Menen y Duhalde y por eso estrecha alianzas con los caudillos provinciales contra la protesta social y suscribe acuerdos con la jerarquía eclesiástica contra la rebeldía de los desocupados.
Algunos autores (3) reivindican la necesidad de un frente con el gobierno contra la derecha, partiendo de la distinción que estableció Mao entre contradicciones principales y secundarias. Pero retomar estos conceptos sólo tiene sentido si se postula una estrategia socialista. Al margen de este objetivo su utilización conduce a conclusiones de cualquier tipo. Especialmente hay que recordar que Kirchner no encarna a una burguesía nacional enfrentada al imperialismo, ni participa de un conflicto que podría agudizar contradicciones sociales irresolubles bajo el capitalismo. Este esquema de Mao no tiene ningún punto de contacto con la realidad política argentina actual.
Pero incluso en un escenario de ese tipo sería incorrecto rebajar las reivindicaciones para conformar un frente contra el enemigo principal. Cuándo se relegan las demandas populares para hacer buena letra con las clases dominantes, la unidad de los oprimidos se rompe y esta desunión de las clases explotadas termina ahogando los proyectos revolucionarios. Al postergar la 'contradicción principal' para atender solo las 'contradicciones secundarias' se diluyen los puentes que conectan las demandas mínimas y máximas de los desposeídos. y esta fractura tiende frustrar el desenvolvimiento de una lucha social consecuente.
Identidades, caudillos y compromisos
Algunos autores sostienen que la 'identidad original del PT' se mantiene a pesar de la política de Lula. No registran que un partido al servicio de los banqueros ya borró su origen en la clase obrera y su perfil político inicial. Aunque conserve una base electoral popular se agotó como organización de izquierda.
EL PT jerarquiza los negocios, premia las carreras personales, destruye la militancia y exhibió su fidelidad al capital al expulsar a los legisladores contrarios a la reforma previsional. Esta regresión comenzó con compromisos neoliberales a escala municipal y se manifiesta actualmente en la promoción de una legislación laboral regresiva. Las referencias programáticas al socialismo han quedado completamente enterradas para aceitar las alianzas con los partidos de la derecha. El ejercicio del poder ha diluido totalmente la originalidad contestataria del PT, repitiendo lo ocurrido hace muchos años con el peronismo de Argentina.
Quiénes convocan a 'cerrar filas en torno a Kirchner' ignoran esta última involución. Esperan del actual presidente lo mismo que aguardaron los trabajadores de Perón. Pero significativas diferencias separan a ambos dirigentes. Kirchner no es un líder popular derrocado, perseguido y exiliado por los militares. Ha sido un disciplinado funcionario del justicialismo, que brindó numerosas pruebas de lealtad al establishment durante su gestión como gobernador.
Muchos teóricos de la centroizquierda argentina y brasileña recurren al argumento del 'mal menor' para sostener a Lula frente a Cardoso o a Kirchner frente a Menem. Pero este razonamiento conduce a una cadena de capitulaciones, porque la dimensión del mal aumenta con el paso del tiempo. Si solo existieran dos niveles de una misma desgracia no cabría otra salida que la resignación.
Algunos militantes reconocen su propia desazón y bajan los brazos comentando que 'nuestro proyecto resultó más complejo'. En el caso de Lula no se verifica esta complicación, sino una descarada adaptación a la clase dominante. El devenir de Kirchner ha sido más inesperado, porque llegó a la presidencia antes de lo calculado. Pero desde el poder también persigue el objetivo de afianzar la supremacía capitalista con la desmovilización popular.
Cualquiera sea la caracterización exacta del PT o del peronismo kirchnerista lo que resulta inadmisible es la participación de militantes combativos en ambos gobiernos (4). Ni la historia de un partido, ni lo que 'piense la gente' o reclamen las organizaciones sociales justifica este compromiso con la aplicación de medidas antipopulares. Aceptar cargos implica asumir directamente la responsabilidad de ejecutar esas políticas. Cuando se actúa como funcionario ya no existen los grises.
Tampoco cabe la expectativa de actuar como vocero del pueblo en un gabinete dominado por los agentes del capital, porque la experiencia del siglo XX refutó ese mito socialdemócrata. Los ministros progresistas siempre fueron impotentes para implementar sus propuestas y simplemente encubrieron con su prestigio a los que atropellan sin pudor. Lula y Kirchner ha sabido usufructuar de estas contradicciones, colocando figuras de prestigio en las áreas de Cultura, Justicia o Derechos Humanos para dejar la política y la economía en manos del establishment.
Justificaciones comparadas
En Brasil se argumenta que Lula se inclinó hacia los conservadores por la ausencia de empuje del movimiento popular. En cambio, en Argentina se explica la moderación de Kirchner por la falta de acumulación política previa. En un país se alega la inconveniencia de rifar con medidas radicales el acervo del PT y en otro se explica que las mismas decisiones no pueden aplicarse por la ausencia de una organización centroizquierdista significativa.
Esta inversión de argumentos se extiende a todos los planos. Mientras que en Brasil algunos intelectuales atribuyen la involución del PT al carácter despolitizado de su país, sus colegas de Argentina admiran la 'capacidad de gestión' de ese partido y la interpretan como un reflejo de la madurez política brasileña. En ambos casos, la fascinación por el ejercicio del poder anula la indignación frente a la miseria y el sufrimiento popular.
Quiénes permanecen dentro del PT afirman que en Brasil 'no existen luchas suficientes para gestar una opción socialista'. En Argentina se argumenta que la 'correlación desfavorable de fuerzas' impone el apoyo a Kirchner. Pero en ambas situaciones los gobiernos promueven activamente la desmovilización popular, apuntalando respectivamente la transformación regresiva de la CUT y la reconstitución de la burocracia sindical peronista. Por lo tanto, no tiene sentido sostener a Lula o a Kirchner aduciendo retrasos o reflujos de la lucha social. Estas adversidades no son datos objetivos ajenos a la política de ambos gobiernos.
Atribuir el continuismo neoliberal en Brasil y la heterodoxia excluyente en Argentina a la evaluación que Lula y Kirchner hacen de las relaciones sociales de fuerza es una ingenuidad, porque se presupone que ambos presidentes permanecen ubicados en el terreno de los oprimidos. Esta caracterización simplemente omite que ya demostraron su nítido interés por favorecer los negocios empresarios a costa de las reformas sociales.
Sostener a Lula obliga a justificar lo injustificable y a disuadir la radicalización política para no debilitar al gobierno. El mismo tipo de apoyo a Kirchner empuja a desactivar el legado del 20 de diciembre, abandonado las calles, renunciando a las exigencias de los desocupados, aceptando pactos con los caciques del justicialismo y encubriendo el envío de tropas a Haití.
En Brasil algunos piensan que es precipitado edificar otra alternativa, pero no aclaran cuándo será el momento oportuno para esa construcción. Las condiciones para ese giro nunca están a la vista, ni llegan con un cartel avisando 'que estamos presentes'. Se puede evaluar esa maduración simplemente registrando la involución social del PT. El peligro no es la ruptura prematura, sino los efectos de una decepción popular generalizada.
La resignación adopta en Argentina formas curiosas. A veces se afirma que como 'Kirchner es capitalista, no se le pueden pedir peras al olmo'. Pero partiendo de este mismo reconocimiento también cabría una conclusión opuesta: resistir los atropellos del gobierno, denunciar sus maniobras y construir un polo de izquierda.
Algunos creen que llegó el momento de repetir en Argentina el ejemplo del Frente Amplio. Pero este agrupamiento acaba de llegar al gobierno y se encamina por el rumbo de Lula. Se podría argumentar que el FA debe ser copiado en su 'construcción por abajo' y no en su inminente gestión del estado. ¿Pero se pueden separar ambas instancias? ¿La decisión actual de mantener el status quo no se prepara con años de adaptación a las instituciones capitalistas?
Los dilemas de Venezuela
A diferencia de Brasil o Argentina en Venezuela existe un 'gobierno en disputa'. En los principales conflictos que afronta Chávez están en juego no sólo conveniencias de uno u otro sector capitalista, sino también intereses de la mayoría popular.
Las pujas entre grupos empresarios para ganar el favor gubernamental se dirimen en un marco de confrontación de las clases dominantes con el proceso bolivariano. Este choque ha generado hasta ahora cierta dinámica antiimperialista de radicalización que opone a las clases opresoras y oprimidas.
Venezuela no es estructuralmente distinta al resto de Sudamérica. Padece el mismo nivel de inequidad social, subdesarrollo agrario y raquitismo industrial. La pobreza afecta al 80% de la población y el empleo informal abarca a tres cuartas partes de los trabajadores. No es posible erradicar esta herencia sin remover los obstáculos que bloquearon el desarrollo latinoamericano. Pero avanzar exige superar las limitaciones que frustraron a otros ensayos nacionalistas.
El asistencialismo social, la distribución de tierras improductivas y los créditos al cooperativismo permiten iniciar una redistribución progresiva del ingreso. Pero remontar la regresión social de los últimos años y revertir el desempleo estructural (resultante de la escasa y deformada industrialización) presupone inversiones estatales de grandes dimensiones. No alcanza con el 'desarrollo endógeno' en las ciudades y la erradicación de tierras improductivas en el campo. Se necesita un programa de planificación industrial que elimine los privilegios de los grandes grupos capitalistas y sus socios de la burocracia oficial. Quiénes despilfarraron la renta petrolera no se convertirán nunca en artífices del desarrollo.
Un gran paso se ha dado con la expulsión de la gerencia transnacionalizada que controlaba PDVSA. También el incremento de las regalías y la decisión de reducir la dependencia petrolera con Estados Unidos (50% de las exportaciones y 8 refinerías en ese territorio) amplían la autonomía de la política energética. Pero existen por otra parte, nuevos indicios de manejos tecnocráticos, acuerdos inconsultos de explotación y dudosas inversiones.
Las ambiciosas reformas sociales que propugna Chávez requieren mayor radicalización política. Lula, Kirchner (o Zapatero) apuntan a neutralizar este proceso y por eso aconsejan tender puentes con la oposición y reconstruir el viejo régimen. El mismo trabajo realizan la OEA, Jimmy Carter y 'Human Right Watch'.
Pero el principal freno del proceso bolivariano se localiza dentro de la propia administración chavista. Allí actúa una burocracia arribista e ineficiente que ofrecerá sus servicios a la oposición si percibe que los vientos soplan en otra dirección. Para preparar esa eventual emigración un sector del oficialismo (Comando Ayacucho) facilito el referéndum, avalando la recaudación fraudulenta de firmas. Han presionado para negociar nuevamente con los empresarios conspiradores luego del triunfo de Chávez.
La experiencia demuestra que las conquistas congeladas se diluyen. Si el proceso bolivariano es frenado volverá a repetirse lo ocurrido con el PRI o el peronismo, que involucionaron desde el poder hasta convertirse en opciones de las clases dominantes. El camino opuesto siguió la revolución cubana. Chávez ha declarado varias veces su admiración por ese segundo rumbo, pero no implementa las medidas de ruptura con el capitalismo que se adoptaron en Cuba en los años 60.
En Venezuela se está procesando una transformación democrática radical de las instituciones del estado. La estructura de este sistema no colapsó como en Nicaragua en los 80, pero está muy presente la posibilidad de un giro revolucionario. Se equivocan quienes piensan que 'en Venezuela no pasa nada' o que Chávez repite el 'libreto populista' al no comandar una revolución social. El volcán latinoamericano está en ebullición, en un país que articula la resistencia antiimperialista de la región. La formación de nuevos sindicatos y la autoorganización popular en las misiones y los círculos bolivarianos indica que los protagonistas de un cambio radical ya están en movimiento.
Globalización y unipolaridad
El ascenso del nacionalismo y la centroizquierda han cambiado el clima intelectual de Sudamérica. ya no se discute solo cuánto avanzó el neoliberalismo, sino también cómo puede ser enfrentado y derrotado. En este debate muchos reconocen que Lula y Kirchner van por mal camino. Pero de esta constatación emerge otro interrogante: ¿Se puede hacer otra cosa? ¿La globalización no obliga a la izquierda a replegarse? ¿La ofensiva internacional del capital no limita las transformaciones posibles al marco antiliberal? (5)
Frecuentemente se argumenta que las transformaciones registradas en el capitalismo contemporáneo han trastocado por completo el escenario latinoamericano. y son evidentes los efectos de la revolución informática, la mundialización financiera, la internacionalización productiva o la transnacionalización del capital. Pero la pregunta clave es cómo impactan estos cambios en la región. ¿Agravan o atenúan los problemas históricos? ¿Potencian o disminuyen el subdesarrollo industrial, la dominación financiera y la dependencia comercial?
La inusitada gravedad de las crisis padecidas en la última década ilustra en qué lugar de la globalización ha quedado situada América Latina. El mismo proceso que permitió la recuperación parcial de la tasa de ganancia en varios países desarrollados precipitó una brutal polarización social de ingresos y una gran fractura entre economías prósperas y devastadas. ya es evidente que Latinoamérica sufre el triple impacto del empobrecimiento, el desfinanciamiento y la primarización de sus exportaciones. ¿Pero podría recuperar la región cierto margen de autonomía para revertir esta regresión?
Los teóricos de la centroizquierda y el nacionalismo responden positivamente y proponen empujar el surgimiento de un modelo capitalista productivo, incluyente y regionalmente integrado. Este proyecto solo computa los nichos que existen para gestar nuevos negocios, sin registrar los desequilibrios que genera esa acumulación en la periferia. Tampoco notan que el desenvolvimiento del capitalismo latinoamericano no es suficiente para competir con los centros imperialistas, ni para repetir el curso seguido por las grandes potencias.
Pero resulta además muy difícil dilucidar cuál es el espacio que efectivamente existe para el modelo económico centroizquierdista, porque su implementación requeriría ciertas decisiones antiimperialistas junto a la drástica ruptura con el patrón neoliberal. y como ninguno de esos gobiernos parece dispuesto a embarcarse por este rumbo, el enigma del margen existente para erigir 'otro capitalismo' permanece irresuelto. Los nuevos presidentes simplemente debutan con proclamas antiliberales y luego perpetúan el status quo. Por eso la radicalización anticapitalista y la perspectiva socialista constituyen la única certeza de bienestar y progreso. ¿ Pero el aterrador poderío norteamericano no descalifica esta opción?
Esta preponderancia estadounidense no es un dato nuevo en la zona que ha padecido la carga histórica de conformar el 'patio trasero' de la principal potencia. Todos los intentos de emancipación nacional y social del siglo XX chocaron con esa dominación. y en más de una oportunidad se pudo doblegar a un enemigo que parecía invencible. La permanencia de la revolución cubana al cabo de 40 años de invasiones, embargos y conspiraciones ilustra este logro.
Es cierto que en la última década Estados Unidos reforzó su predominio militar y recuperó su primacía económica o política. Pero no ejerce un liderazgo estable porque sus rivales continúan actuando y los pueblos resisten su opresión. Lo sucedido en Irak revela estos límites del poderío norteamericano. Los marines no han podido reducir al país a un status colonial, ni tampoco lograron apropiarse del petróleo. Todavía habrá que ver si Bush redobla la apuesta militar o recurre al auxilio europeo para negociar algún compromiso en la región.
El alcance de las guerras preventivas que promueve Bush es terrorífico. Pero no hay que aceptar la imagen victoriosa que los neoconservadores difunden de sí mismos. Ese retrato oculta la gran brecha socio-cultural que genera la agresión derechista dentro de Estados Unidos. La combinación de varios desequilibrios económicos (financiamiento internacional del déficit fiscal y comercial) y políticos (luchas nacionales contra los atropellos imperialistas) desafía la unipolaridad estadounidense.
URSS y correlación de fuerzas
Existe la impresión que el derrumbe de la URSS restó a la izquierda un aliado insustituible. Pero esta visión no toma en cuenta que la burocracia dirigente de ese régimen solo apuntalaba a los gobiernos o movimientos que coincidían con sus prioridades estratégicas. Por eso también apoyó dictaduras, sostuvo presidentes hostiles a la izquierda y sobre todo disuadió acciones revolucionarias. Esta conducta desató fuertes críticas de los propios líderes cubanos favorecidos por la ayuda soviética.
América Latina siempre fue para la diplomacia de la URSS una pieza de su ajedrez geopolítico con Estados Unidos. Por eso el fin de la guerra fría tiene efectos contradictorios y no puramente negativos sobre la región. Por un lado, generaliza la sensación de mayor desprotección (o menor contrapeso) frente al imperialismo. Pero, por otra parte, crea las condiciones para disipar la identificación popular del socialismo con un régimen totalitario que no conservaba ningún resabio de su origen socialista.
Partiendo de ese balance habría que modificar los razonamientos de la izquierda exclusivamente centrados en diagnósticos 'por arriba' (relaciones entre estados), recuperando el análisis de lo que sucede por 'por abajo' (desarrollo de la lucha popular y de la conciencia de clase). Con este replanteo se puede evaluar con menos prejuicios la actual correlación internacional de fuerzas.
La estimación más corriente ignora el curso de la confrontación social y solo toma en cuenta el número de gobiernos progresistas que contraviene a los conservadores. Este enfoque preserva la vieja 'visión campista' que dividía al mundo en dos bloques rivales (socialista versus capitalista), pero sin poder definir quién integra hoy el campo opuesto al imperialismo. ¿Europa? ¿China? ¿Los países árabes?
La forma adecuada de evaluar la correlación de fuerzas es definir quién se ubica a la ofensiva en la batalla que opone a los capitalistas con los trabajadores. En términos generales la clase dominante mantiene esta iniciativa desde el debut del neoliberalismo. Pero mucha agua ha corrido bajo el puente desde fines de los 80. La agresión patronal se consolidó dentro de Estados Unidos y parece retomar fuerzas en Europa, pero numerosos países están conmovidos por levantamientos populares. y América Latina ocupa un lugar de vanguardia en este escenario de revueltas.
Es erróneo repetir que 'las relaciones de fuerzas son adversas en la región', como si nada hubiera pasado desde los 90. Esa negativa evaluación contradice incluso la propia celebración que se hace de los nuevos gobiernos de centroizquierda. Es contradictorio subrayar el repliegue de los oprimidos y presentar al mismo tiempo a esos regímenes como ejemplos del avance popular. La primera afirmación no es coherente con la segunda. En realidad correspondería señalar que Lula y Kirchner son variantes de una dominación capitalista afectada por la pérdida de iniciativa patronal, que generó la crisis del neoliberalismo.
Adversidades externas e internas
Quiénes remarcan la adversidad de las relaciones de fuerza también estiman resultaría muy difícil sostener un triunfo antiimperialista en algún país de América Latina. y es cierto que el aislamiento constituye un recurrente problema de todas las revoluciones. Pero Cuba ya ha demostrado cuánto tiempo puede sostenerse una transformación social en condiciones de terrible hostigamiento imperialista. La globalización no incorpora obstáculos cualitativos adicionales a estas dificultades.
Hay que recordar, además, que todas las revoluciones irrumpieron en condiciones desfavorables y sobrevivieron sin grandes auxilios externos. Siempre debutaron a escala nacional y transformaron con su ejemplo el escenario regional. En ciertos momentos arrastraron a más de un país (Centroamérica en los 80), pero nunca se desenvolvieron en forma simultánea. Aunque esta desincronización fue un condicionante negativo, lo que habitualmente frustró a estos procesos fueron los frenos y desaciertos interiores.
La experiencia sandinista confirma que el obstáculo no es externo. Si bien enfrentaron el desgaste de la agresión imperialista, su proyecto fue socavado por la conversión de los dirigentes en una elite de nuevos ricos que pactó con la derecha el reparto del poder. A 25 años de esa revolución ya nada queda de la reforma agraria y de la alfabetización, en un país atormentado por niveles de pobreza y desigualdad apenas superados por la tragedia haitiana.
¿Pero hay que deducir de las frustraciones de los 80 que el proyecto socialista ha quedado sepultado? ¿Corresponde concluir que no se puede ir más allá de los ensayos de la centroizquierda y las apuestas del nacionalismo? La continuidad del impulso popular a la sublevación contradice este ese repliegue. La secuencia de levantamientos que conmocionó a varios países (Ecuador, Bolivia, Argentina) en los últimos años, revela que existe la disposición y la necesidad de encarar transformaciones antiimperialistas radicales, para revertir la degradación que sufre Latinoamérica. Los obstáculos para desenvolver estos proyectos no se localizan en el contexto internacional, sino en los errores (o traiciones) que predominan en el campo de los luchadores.
Lo que persiste en la región es la dificultad para alumbrar alternativas políticas de los propios explotados. Las clases populares conquistan las calles durante las huelgas, los enfrentamientos y las movilizaciones, pero entregan su destino al enemigo cuándo deben definir el rumbo político de sus países. El mayor ejemplo actual de esta paradoja es el ascenso al gobierno de la centroizquierda, que acompañó las protestas desde el llano y las disuelven desde el poder.
El giro localista
Caracterizar que el ciclo revolucionario ha concluido conduce al apoyo de Lula y Kirchner y al reforzamiento de una estrategia localista que jerarquiza la actividad municipal. Algunos piensan que en este ámbito se puede prefigurar la democracia popular que a escala nacional inhibe el sistema burgués. Esta visión apuntaló en Brasil y Uruguay los ensayos locales de la centroizquierda que precedieron al triunfo del PT y del FA. Muchos supusieron que esas administraciones permitieron a la izquierda 'superar su horror a la gestión'.
Pero la experiencia ha demostrado que esa aversión es un defecto menor frente a la tentación de gobernar haciendo concesiones a los capitalistas. Desde la órbita municipal o estadual, el PT reforzó su integración al estado hasta convertirse en una burocracia del establishment. El curso socioliberal de Lula fue preparado por esta asimilación. Las recientes derrotas electorales de Sao Paulo y Porto Alegre confirman, además, que al cabo de cierta frustración la ciudadanía sanciona a esas administraciones como a cualquier otra.
Estos fracasos no invalidan la importancia de la lucha municipal, ni la conveniencia de conquistar intendencias. Al contrario, estos desafíos ocupan un gran lugar en la construcción de la izquierda. Pero lo erróneo es suponer que en el municipio se realizará lo que no se intenta a escala nacional. Conviene concebir a los avances locales como peldaños de la batalla por conquistar el estado para comenzar a erradicar el capitalismo.
La experiencia también indica que los obstáculos para introducir transformaciones progresistas significativas son muy grandes a nivel municipal. Ninguna decisión clave depende de las intendencias, porque los resortes del poder se manejan desde el estado nacional. La burocracia central custodia los intereses de la clase dominante y coloca límites muy rigurosos a cualquier iniciativa local que amenace esos privilegios. En Latinoamérica los municipios se encuentran, además, agobiados por la falta de recursos, los recortes presupuestarios y la estructura regresiva de los impuestos. Pero sobre todo es la propiedad capitalista lo que impone estrictas barreras al ejercicio de la democracia municipal.
Para atenuar estas restricciones el PT introdujo el presupuesto participativo en varias localidades. Estos mecanismos incentivaron el control popular y el aprendizaje del autogobierno, pero no empalmaron con una práctica de lucha contra la clase dominante. Por eso condujeron a la administración de la pobreza y no contuvieron la involución conservadora de Lula.
El reformismo municipal que se promueve en Latinoamérica fue aplicado por la socialdemocracia en Europa durante décadas. Esta política completó la conversión de luchadores en funcionarios y contribuyó a disolver las energías militantes de una generación. Los argumentos utilizados durante esas experiencias (en su variante original o eurocomunista posterior) se repiten ahora sin grandes innovaciones: conquistar paulatinamente reformas en el marco constitucional, crear consensos amplios, evitar choques frontales con la burguesía y capturar posiciones dentro del estado para preparar una batalla ulterior.
Pero este avance gradualista siempre chocó con dos obstáculos. Por un lado, el carácter convulsivo de la acumulación no brinda los respiros prolongados que se requerirían para implementar esa estrategia. Por otra parte, la irrupción periódica de las crisis empuja a los capitalistas a resistir el otorgamiento de concesiones sociales. Estas barreras sofocan la transformación reformista y agotan las expectativas populares. En esas circunstancias los partidos tradicionales de la burguesía recuperan el gobierno si la cooptación socialdemócrata no ha sido total, ni plenamente funcional al sistema.
Escenarios y disyuntivas
Cuándo concluyan sus respectivos períodos de gracia, Lula y Kirchner deberán afrontar las turbulencias de una región signada por la desigualdad social, el padrinazgo imperialista y la vulnerabilidad económica.
Estas tensiones pueden agravarse si la presión comercial de las corporaciones norteamericanas desemboca en menores aranceles y nuevas privatizaciones. La sustracción de recursos que genera el pago de la deuda externa agrega un componente de mayor conmoción a este cuadro, porque cualquier malestar financiero internacional tiende a resucitar la fuga de capitales y las conmociones cambiarias.
Pero el ingrediente más explosivo que amenaza la zona es la militarización que promueve Bush, al multiplicar el número de bases y transferir poderes de intervención a los comandos regionales. Qué haya elegido inaugurar su segundo mandato con abrazos a Uribe anticipa el protagonismo que mantendrá el Pentágono en Sudamérica. Los nuevos presidentes tratan de atemperar el impacto corrosivo de las presiones imperialistas con declaraciones y maniobras. Pero les ha tocado actuar en un contexto dominado por la derechización de la elite gobernante norteamericana.
Con distinto grado de intensidad las esperanzas que han despertado Lula, Kirchner se mantienen vivas en amplios sectores de la población. Lidiar con estas ilusiones exige adecuar las tácticas de la izquierda a circunstancias muy diversas. Pero acompañar las expectativas populares no es lo mismo que propiciarlas. Decir la verdad -aunque duela- es un deber de todos los socialistas, incluso frente a la actitud de apoyo a los presidentes de centroizquierda que expresan Chávez y Fidel.
Estos pronunciamientos carecen de contrapartida, porque Kirchner y Lula no aplauden la revolución cubana, ni saludan la movilización contra la derecha en Venezuela. Ninguno de los dos quiere enemistarse con el Departamento de Estado. En cambio, Fidel y Chávez elogian a los nuevos gobiernos para evitar el aislamiento y contrarrestar las campañas imperialistas. Pero confunden la acción diplomática con un sostén político innecesario y contraproducente para las organizaciones de Brasil y Argentina. La izquierda no debe repetir los errores del pasado, subordinando su acción a compromisos interestatales de política exterior. ya fueron muchas las capitulaciones que se cometieron alegando la defensa de la Unión Soviética.
La izquierda sudamericana afronta serias disyuntivas. Lo central es reafirmar su terreno de acción junto a los oprimidos, sin involucrarse en las preocupaciones de los empresarios. El desafío es renovar el proyecto socialista y no discutir qué tipo de capitalismo le conviene a cada país. Siguiendo esta segunda agenda varios líderes proponen 'democratizar el capital', 'lograr rentabilidad en serio' e inducir a los 'burgueses a cumplir su función'. Este mismo rumbo se enuncia a veces con fórmulas más vagas ('gestar algo nuevo', 'desarrollar políticas diferentes', 'crear una sociedad para todos'). Pero en ambos casos la izquierda abandona su identidad y renuncia a sus banderas de igualdad y emancipación. Por este camino la izquierda sepulta su futuro.
No hay que perder de vista el cambio de etapa. Muchos jóvenes ingresan a la vida política admirando el legado revolucionario de la generación precedente. Pero también observan como parte de esa camada se asimiló al establishment y se resigna ante el dominio de los poderosos. El rumbo para recuperar la herencia de los 70 es más firmeza, convicción y valentía.
Notas:
3) Tumini Humberto. En marcha 14-10-04
4) Como ha sido el caso de la corriente 'Democracia Socialista' en Brasil y de 'Barrios de Pié' en Argentina.
5) Estos temas se discuten entre otros textos en: Harnecker Marta. 'La izquierda latinoamericana y la construcción de alternativas'. Laberinto n 6, junio 2001, Harnecker Marta. 'Sobre la estrategia de la izquierda en América Latina'. Venezuela. Una revolución sui generis, Conac, Caracas, 2004, Petras James. 'Imperialismo y resistencia en Latinoamérica'. 'La situación actual en América Latina' Los intelectuales y la globalización. Abya-yala, Quito, 2004, Ellner Steve. 'Leftist goals and debate in Latin America!. Science and society, vol 68, n 1, spring 2004.
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* Claudio katz es economista, profesor de la UBA, investigador del Conicet. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página Web es: www.netforsys.com/claudiokatz
Para ello no dudamos en "ir aprovechando cada coyuntura y cada posibilidad de avanzar" sintiéndonos continuadores de lo que consideramos el verdadero núcleo del "legado revolucionario de la generación precedente": la voluntad inclaudicable de convertirse en opción de poder desechando la resignación que implica la acción testimonial. Estamos ante un nuevo desafío que necesita del concurso de todos aquellos dispuestos a transformar la realidad. Confiamos en que la firmeza, convicción y valentía desplegada en la resistencia al neoliberalismo encuentre los canales para superar los errores y limitacio