LOS INTELECTUALES Y SUS PAPELES EN LOS GOLPES DE ESTADO
02 de septiembre de 2020
En esta carentena hemos visto a muchos autoproclamados intelectuales organizar movilizaciones contra el gobierno nacional de Alberto Fernández. Solo fueron verdaderos arranques de gente mentalmente extraviada y dirigida por los gorigopolios mediáticos. El compañero Avodet nos brinda algunas reflexiones sobre el rol de los intelectuales en los golpes contra de estado.
Por Juan Pablo Avondet*
Los golpes de Estado en nuestro país han sido una constante. En nuestra joven nación que apenas supera los dos siglos de vida institucionalizada podríamos decir que, tras el proceso iniciado con las autodenominadas “presidencias liberales” o “fundadoras” pero que podrían rebautizarse como “autoritarias, asesinas” y, por ende, “excluyentes”, las fuerzas armadas han tenido un papel preponderante que se consolidó y continuó en el tiempo hasta finales del siglo XX. Aunque no todas las dictaduras respondieron a un mismo vector ordenante en términos ideológicos, cierto es que todas impusieron la idea de que la forma para gobernar la “República” era siempre con la anuencia de quienes dominaban el ámbito castrense, sean estos liberales o nacionalistas en sus distintas facetas. Pero para imponerse en el ámbito de la política no debemos ignorar que a ese brazo armado siempre lo acompañaron los dueños de las plumas legitimadoras frente a la opinión pública, es decir, los intelectuales. Sean estos: periodistas, historiadores, letrados o de cualquier otra profesión en general, relacionada con las clases medias o medias altas.
En 1930 la crisis internacional originada en Estados Unidos con la caída de la bolsa de Wall Street un año antes, repercutía en todo el mundo, inclusive en nuestra nación que por dependiente pagaba los costos de ser la “enorme granja” proveedora de materias primas de la industrializada Inglaterra quién nos vendía sus productos manufacturados. La Argentina como “colonia encubierta” o “informal” de su Graciosa Majestad ya no podía seguir vendiendo ni comprando estos productos a su metrópoli económica debido a que Inglaterra, tras la crisis mundial, optaba por fortalecer su mercado con sus colonias directas, con las que había firmado un acuerdo comercial (Commonwealth). Con dicha crisis, la Argentina que tenía al radical Hipólito Yrigoyen gobernando nuevamente desde 1928 empezaba a sufrir los coletazos económicos enfrentando un período de fuerte recesión que - sumado al desgaste del caudillo que encaraba su segundo mandato potenciado por el odio de las clases patricias - dieron cause para que la fuerza militar interviniera en los asuntos políticos derrocando al presidente electo e instalando a José F. Uriburu como presidente de facto. El golpe de Estado- pese a contar con un apoyo tibio del sector liberal que luego tomará las riendas con Agustín P. Justo a la cabeza- fue realizado en su mayoría por el sector nacionalista aristocrático del Ejército.
Previo a ello, desde los medios de comunicación (diarios, radios y revistas) como desde los ambientes relacionados a la cultura, un grupo importante de intelectuales empezaba a dar “letra” a los militares para que se diera el golpe, e incluso, luego de ocurrido el mismo, para darle cierta “direccionalidad programática” en torno al pensamiento que los aunaba. Dicho grupo estaba influenciado por la “derecha maurrista” francesa que rescataba el carácter monárquico absolutista y que culpaba a la instauración de la “república” como causante de los principales males de europa. Los postulados principales, de este grupo de intelectuales, que podríamos caracterizar brevemente, tenían que ver con: en términos de revisión histórico política: abrazar al catolicismo y reivindicar la conquista española además de engrandecer figuras que la historia oficial había sepultado como era el caso de Juan Manuel de Rosas al que rescataban despegado de cualquier atisbo popular, destacando su autoritarismo en su rol de patrón de estancia y militar. Había que legitimar desde la historia y la literatura al hombre de armas para desprestigiar al político y el modelo de un Rosas aristocrático y nacionalista era lo que necesitaban para concretar las bases del modelo dictatorial que reivindicaban. En este contexto se crea el Instituto de investigaciones históricas Juan Manuel de Rosas, encargado de revisar la historia oficial dando lugar al primer revisionismo institucionalizado con la participación destacable de varias figuras del ambiente de la cultura como eran los hermanos Julio y Rodolfo Irazusta, Manuel Gálvez, Carlos Ibarguren y Ernesto Palacio entre otros.
También, pese a no pertenecer a dicho Instituto, debemos destacar en este proceso dictatorial a la figura del poeta Leopoldo Lugones como uno de los principales apoyos intelectuales de Uriburu. Desde su lugar a cargo de la Biblioteca Nacional escribió proclamas y notas en favor del régimen. Admirador del fascismo italiano este hombre había sido premiado por sus dotes como escritor y presidió la Sociedad Argentina de Escritores. Sus libros se leyeron tanto en América como en Europa. Nuestro país sólo recuerda esto último y por ende le rinde homenaje a su natalicio (13 de junio) al que instauró como el “día del escritor”.
El 16 de septiembre de 1955 se materializaba el Golpe de Estado al gobierno constitucional de Juan Domingo Perón autodenominado: “Revolución Libertadora”. Aunque nosotros lo denominaremos “Revolución Fusiladora”[1] en honor a Rodolfo Walsh quién así la nombró cuando desde sus libros (principalmente: Operación Masacre) y artículos, refería al gobierno de facto iniciado por Lonardi. Comienza allí una etapa de violencia institucional que se legitima en los sucesivos gobiernos militares con algunos interludios pseudo-democráticos[2].
Pero, si de antecedentes violentos se habla, debemos remitirnos a lo sucedido varios años antes cuando un grupo de militares organizaron una conspiración contra el presidente Perón (1951) que fue desactivado por las fuerzas leales del ejército argentino. Allí, el cabecilla, sería el general retirado Benjamín Menéndez quién conjuntamente con algunos integrantes de la fuerza aérea y de la marina, serían los encargados de dar forma al levantamiento contra un gobierno democrático. Las razones del intento fallido de golpe eran terminar con el “populismo”, sus medidas económicas y su carácter fuertemente social que favorecían a la clase trabajadora, además se rasgaban las vestiduras para oponerse a cualquier reforma constitucional que modificara el status quo de la patria “agro-exportadora”.
Fallaron en el intento, pero el germen antiperonista quedó dando vuelta y muchos de los que participaron en reuniones complotistas - aunque luego por algunas diferencias programáticas con los cabecillas se alejaron - terminaron siendo los golpistas del 55´. Allí Lonardi, Aramburu y Rojas serían “el tridente del infierno”, los encargados de dar orden de bombardear la Plaza de Mayo, algunos meses antes del golpe, para amedrentar, no sólo a las autoridades establecidas, sino a toda la sociedad. Los cabecillas de la Argentina post peronista querían obligar al argentino peronista a “desperonizarse”, no sólo no dejando participar a sus candidatos en elecciones libres para que pudiera votarlos, sino que directamente le prohibía nombrar a Perón a través de un decreto, ¡sí!, así como se escribe, así como se narra, tan burda era la bajada de línea antiperonista que se prohibía nombrar al líder de masas, mencionado por estas nuevas autoridades como el “tirano prófugo” o el “tirano depuesto”. Además, si a algún trabajador se le conocía pasado peronista, se lo perseguía, se lo cesanteaba de sus trabajos e inclusive hasta se lo fusilaba sin juicio previo. También, las cosas que hacían a la simbología peronista fueron incautadas e incendiadas. Así ardieron banderas, locales y libros (lo último bien podría haber sido un homenaje a la novela de Ray Bradbury: Fahrenheit 451[3]).
Este nuevo gobierno con militares a la cabeza, al igual que el de 1930 tenía intelectuales que apoyaban y “daban letra” a la causa. Entre ellos pueden nombrarse algunos pensadores ligados al partido socialista como eran Alicia Moreau de Justo o el mismísimo Alfredo Palacios, primer diputado socialista en Argentina (quiénes además formaban parte orgánica del nuevo gobierno desde la Junta Consultiva Nacional que era el espacio conformado por los partidos: socialista, radical, demócrata nacional, demócrata cristiano y demócrata progresista para asesorar al gobierno de facto). Desde el ámbito académico aparecían, también, algunos historiadores como José Luis Romero o el sociólogo Gino Germani que desde sus cátedras propiciaban el más ferviente anti peronismo. De hecho, el último, envuelto en un odio vernáculo, elaboró categorías para generar sinonimias entre el peronismo y el fascismo italiano.
* Profesor de Historia. Neuquen.
[1] Dicha dictadura asesinó a treinta personas en menos de tres días.
[2] Estos gobiernos accedieron al poder con el peronismo proscripto por lo que, desde el vamos, lejos estaban de formar parte de un sistema democrático
[3] Novela publicada en 1953 por Ray Bradbury a la que se alude porque trata sobre la quema de libros considerados “peligrosos” para las autoridades de esa sociedad ficticia.