Eva, esa mujer...
07 de mayo de 2018
“Un día como hoy” -comienzan las efemérides- nacía Eva María Ibarguren, luego Eva Duarte, más tarde Eva Perón, inmortalizada Evita. La mujer que, junto con el movimiento que encarnó el peronismo-, marcaría a fuego la historia argentina.
“Un día como hoy…” –comienzan las efemérides- nacía Eva María Ibarguren, luego Eva Duarte, más tarde Eva Perón, inmortalizada Evita. La mujer que, junto con el movimiento que encarnó –el peronismo-, marcaría a fuego la historia argentina.
El mito alrededor de ella se escribe con los trazos de quienes la amaron o la odiaron. Tildada de pésima actriz, por aquellos que jamás la vieron actuar. Sus detractores la caracterizaron como la mujer del látigo, una mujer que, movida por el resentimiento, seducía y manipulaba a los hombres para acumular riquezas y prestigio, dando rienda suelta a sus desmedidas ansias de poder. Quisieron los odiadores inocular entre el pueblo su propia inquina, señalando las joyas y trajes de autor que lucía, ella, quien decía deberse a sus “grasitas”. Y es que no entendieron –nunca entenderán- que los humildes –de quienes ella fuera abanderada- celebraban ese lujo, esos atavíos de reina, como dijera Galeano, como una revancha contra esos ricos que sólo sabían generar exclusión.
No pocos adultos mayores -quienes supieron ser “los únicos privilegiados”-, recuerdan al “hada buena”, de cuyas manos recibían no sólo juguetes, sino también una caricia sincera, patrimonio de quien sabe de rechazos. Porque Eva, además, cargaba un estigma de origen, el de haber sido fruto de una relación extramatrimonial. “Una resentida”, dice quien no puede ver que, en lugar de resignarse al papel de víctima, eligió sobreponerse para impulsar la erradicación de la distinción legal que por entonces existía entre los hijos “legítimos” y los “ilegítimos”, que iba en detrimento de estos últimos.
Hay un desencuentro entre el feminismo y la figura de Eva Perón. Reclaman para sí las feministas (principalmente las socialistas) un lugar en la historia del voto femenino en nuestro país. Lugar que, indiscutiblemente, les pertenece. Fueron ellas las pioneras en materia de derechos civiles para las mujeres. El accionar de Eva no hizo más que inscribirse en esa tradición previa. Sin embargo (la referencia tal vez sorprenda un poco), como dijera Jorge Lanata en el Tomo II de su obra Argentinos refiriéndose al peronismo, lo importante no es tener ideas, sino llevarlas a cabo.
Otro desencuentro entre Eva y las feministas residía en el rol de las mujeres. Eva, con sus acciones, reivindicaba el rol tradicional, por ejemplo entregando máquinas de coser para que las madres no tuvieran que abandonar sus casas. Reivindicación también presente en su discurso. Dice en La Razón de mi Vida: “el primer objetivo de un movimiento femenino que quiera hacer bien a la mujer… que no aspire a cambiarlas en hombres, debe ser el hogar. Nacimos para construir hogares. No para la calle”.
Y es que en este punto, más que un desencuentro, nos encontramos frente a un malentendido. La historiadora Marcela Nari denominó “maternalismo político” a la estrategia de las feministas de reivindicar el rol materno para así reclamar el derecho al voto. Como principales educadoras de sus hijos, futuros ciudadanos, las mujeres tenían el derecho de poder elegir, desde sus hogares, lo mejor para el país. ¿Por qué habría Eva de cambiar de estrategia, cuando esa apelación discursiva a lo maternal era plausible de ser bien recibida por la opinión pública?
Y es que, aun a pesar de su discurso la propia Eva jamás cumplió con el rol socialmente asignado a las mujeres, antes bien, pasaba largas horas de su día trabajando en la Fundación que llevaba su nombre. No tuvo hijos. Tampoco se desempeñó acorde a lo que su condición de “Primera Dama” le exigía, no sólo porque no le interesaba parecerse a esas mujeres de la alta sociedad, sino porque ella cobró un nombre propio, que hacía estallar la etiqueta de “la mujer de…”, afrentas que no le fueron perdonadas. Más aún: Eva inauguró la movilización masiva de las mujeres en la sociedad. Mujeres que hasta entonces no se habían sentido interpeladas por ningún partido político, se volcaron masivamente a incorporar las filas del Partido Peronista Femenino, fundado en 1949. En palabras de la historiadora Susana Bianchi, esas “Unidades Básicas fueron indudablemente prolongaciones del hogar, pero también fueron para las mujeres espacios de socialización propios, donde se sintieron protagonistas y desde donde se vieron proyectadas a un mundo más amplio…”
Las descalificaciones con las que debió lidiar Eva las mujeres las conocemos bien. Pretendían degradarla aludiendo a su condición femenina. Haciendo hincapié en su sexualidad, en su juventud y en su vestimenta. Porque no pudieron profanar su cuerpo en vida, lo hicieron después de muerta.
Se dice que a su muerte, el General obligó guardar luto a toda la población. Su incumplimiento habría acarreado todo tipo de castigos. Curioso le resulta a quien escribe, pensar a su abuelo fascista, acérrimo antiperonista, portando una cinta negra por una muerte que no lamentaba. Empleado de YPF, siguió luciendo sus trajes sin señal alguna que indicara sus condolencias. Y no se materializó sobre él ninguna de las terribles amenazas que decían pendían sobre las cabezas de quienes se atrevieran a desafiar el mandato.
Esa mujer no obsesiona solamente al jefe militar del relato de Rodolfo Walsh; ha sido la obsesión de todos quienes han querido analizar (y tal vez, conjurar) ese hecho maldito de nuestra historia, liderado por un hombre que siendo coronel supo conocer a su compañera de lucha.
Por qué ¿cómo referirnos a esa mujer como “la mujer de…”? ¡Si Eva no fue de nadie!
Porque es de tod@s. Esa mujer a la que el pueblo llama, cariñosamente, Evita.
Firma: Lilia Vazquez Lorda // Redacción: Mirabal