EL VUELO DEL CONDOR
01 de abril de 2019
Por Marcelo Koenig
28 de junio de 1966
-Rumbo uno-cero-cinco- le dijo al piloto un joven flaco, alto y bien vestido que se acercó a la cabina junto con su compañero. Según las cartas náuticas, ese era la ruta los conduciría a las islas Malvinas. Pero era un avión.
-Vamos muchachos déjense de joder y siéntense-, les respondió risueño el piloto de Aerolíneas Argentinas Ernesto Fernández García. Pero después cuando vio que tenían un arma y que iban en serio se dispuso a enfilar la nave rumbo a nuestras islas.
El joven flaco y bien vestido, mentor del vuelvo del cóndor era Dardo Cabo, era el mayor del grupo de militantes nacionalistas y peronistas, aunque apenas tenía 25. Dardo era el hijo de Armando, uno de los duros de la resistencia peronista, dirigente de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM). La única mujer del grupo era Cristina Verrier, dramaturga y periodista, (además de rubia, bonita y con muchas agallas). Se habían conocido con Dardo Cabo un tiempo antes cuando ella hiciera una entrevista (para la Revista Panorama) sobre el grupo nacionalista al que pertenecía el seductor Dardo Cabo: Tacuara. Y mientras empezaron a salir y a soñar juntos una aventura en Malvinas, Dardo fue uno de los fundadores de una ruptura con aquel grupo de impronta falangista para fundar el Movimiento Nueva Argentina, ya reivindicando abiertamente al peronismo. Aquellos arriesgados jóvenes (un grupo total de 18) llegaron a nuestras islas plantaron 7 banderas argentinas. Las hicieron flamear antes que llegaran las autoridades inglesas. Se tomaron el tiempo para rebautizar simbólicamente a Puerto Stanley con el nombre de Puerto Gaucho Rivero, en honor al peón de estancia que había sublevado a los gauchos que trabajaban bajo el yugo inglés y había enarbolado la bandera nacional en el suelo de aquellas islas Malvinas usurpadas por los británicos, en el siglo XIX. Por la radio del avión emitieron una proclama que se repiqueteo hasta llegar a Buenos Aires. Era septiembre de 1966. No fue un día cualquiera el elegido por los Cóndores para hacer su operativo en Malvinas. Se encontraba visitando la Argentina el duque británico Felipe de Edimburgo, en un viaje protocolar. Eran los tiempos de la dictadura retardataria del general Juan Carlos Ongania. Dicen que el general -de bigotes largos y entendimiento corto- cuando se enteró, estaba jugando un partido de polo con el duque. Seguramente horrorizada alguna de las señoras enfundadas en sus tapados de piel y adornada con sus carísimas joyas bajó de la tribuna del Campo argentino de Polo de Palermo, para avisar lo que estaban comunicando por la radio.
Los valientes cóndores fueron encarcelados por las tropas de ocupación británicas y remitidos al continente. Mientras la opinión popular los recibía como héroes, la opinión publicada y los funcionarios de aquella dictadura (que se jactaba de su nacionalismo), los condenaron y los enceraron en sus cárceles. Dardo, estando en prisión se casó con María Cristina. Cuando salió, se integró a la organización peronista Descamisados, que años más tarde se fusionaría con Montoneros. Dardo Cabo le tocó la responsabilidad de dirigir el semanario el Descamisado, cuyas editoriales marcaban la línea política al pulso de una historia compleja.
Dardo terminó preso durante el gobierno de Isabel y quizás eso lo salvó de ser un desaparecido. Pero no de que fuera asesinado por la Dictadura genocida de Videla y Martinez de Hoz. Mientras estaba detenido oficialmente en la unidad 9 en las cercanías de La Plata se le aplicó lo que con eufemismo llamaban “ley de fugas”. Y en las inmediaciones de Brandsen fueron fusilados junto con otro compañero montonero: Rufino Pirles. Era el 5 de enero de 1977. Dardo Cabo, cuyo testimonio de dignidad afuera y adentro de la cárcel lo hacía un “irrecuperable”, era una presencia molesta para aquellos que querían implantar a sangre y fuego las nuevas condiciones de la dominación imperial.