Conducir las mayorías, un aporte para una mirada estratégica
10 de julio de 2022
El presidente del Instituto para la Producción Popular, Enrique Martínez, se aproxima al enorme problema de haber perdido en el debate político y económico la imprescindible mirada estratégica. Una lectura descarnada de la situación actual y un aporte indispensable para pensar en clave de mayorías, convencer y conducir.
El debate político, y detrás de él el económico, han perdido en nuestro país la imprescindible mirada estratégica.
Básicamente, todo tiende a concentrarse en tirar de la frazada corta, entendiendo que el problema distributivo está en el centro de la escena y corresponde luchar contra la mezquindad de un grupo pequeño de apropiadores de la riqueza colectiva.
Algunos analistas, con buena intención, pero con análisis limitados, lo resumen diciendo que en el campo popular vuelve a tener vigencia la antinomia entre crecer primero, para distribuir después, contra el reclamo de distribuir mejor ahora, como forma de crecer.
Por ese camino, se va inexorablemente hacia la búsqueda de maneras de tomar parte de las ganancias del capital concentrado y derramarlas como subsidios de diversas formas a los más necesitados.
La paradoja, sin embargo, es que como nadie duda que simultáneamente hay que aumentar la producción, a los mismos que se quiere aporten más, se los promueve dándoles crédito barato, acceso a los dólares escasos o reduciendo impuestos. Por lo tanto, coexisten el aporte de las grandes fortunas o un proyecto para gravar la renta inesperada, con la aplicación de parte de esos ingresos reales o potenciales, a subsidiar la producción de gas; a tratar de aumentar el contenido nacional de los autos ensamblados aquí; a favorecer la cadena agroindustrial exportadora; a promover la llamada industria del conocimiento, aunque la principal beneficiaria sea Mercado Libre. Ni qué decir de los beneficios otorgados al sistema financiero para que retenga enormes sumas de dinero, que supuestamente generarían inflación si no sucediera eso.
En definitiva, buscamos recuperar parte de lo que, por varios caminos, hemos otorgado previamente a bancos y corporaciones productivas y comerciales.
Hermosa, hasta poética sin razón.
Mientras tanto la estructura productiva y financiera sigue evolucionando según sus propias reglas, generadas hace mucho tiempo, consolidadas hace medio siglo y nunca cuestionadas, con una dependencia agobiante del capital multinacional, que ni siquiera señalamos, como si fuera una inevitable consecuencia de la globalización, hasta llegar a considerar indiferente cual sea el origen del capital y eliminar esa preocupación de los análisis de contexto.
Tal cuadro genera variadas formas de conductas esquizofrénicas y sobre todo una desesperante: Buscar soluciones estables para la calidad de vida de las mayorías en una estructura que por definición no lo permite.
A esta altura, cualquiera diría: ¿Qué hacemos? ¿Paramos al mundo para cambiar las estructuras?
Allí está el desafío crucial. Asumir dos planos de la realidad:
a) Que hay que cambiar la estructura productiva y financiera dependiente.
b) Que hay que tener esas políticas para cambiar y simultáneamente tener políticas para administrar la seguramente larga transición.
El cambio estructural es simple de definir: eliminar la hegemonía multinacional en el comercio exterior de granos; también en la producción de bienes básicos para el mercado interno y en su comercialización; contar con un sistema financiero donde la presencia foránea no defina metas ni formas operativas.
Administrar la transición del escenario actual al deseado, en cambio, es ante todo un hecho político. Todo el andamiaje de gestión que se establezca debe sumar a fracciones de la población que hoy tienen conductas parcialmente asociales porque han quedado entrampadas en la inestabilidad general. En simultáneo, se debe procurar conducir a todo tipo de empresas, hacia comportamientos más útiles al conjunto.
Esta difícil meta no se logra exhortando o difundiendo moral y doctrina. Se puede alcanzar inventando nuevas formas de vinculación entre actores económicos, que no se limiten a increpar a los pudientes y consolar a los necesitados.
La condición de borde más fuerte es separar aquellos depredadores sociales, que día y noche estudian como perjudicar al resto, evaden, ocultan, hacen uso de cualquier mínimo poder relativo con arbitrariedad, respecto de la enorme fracción social que se siente débil y acorralada por tales prácticas y tiene por tanto actitudes defensivas, al alcance de sus pequeña o mediana posibilidad.
No es lo mismo – ni en términos económicos, ni sociales – la empresa que domina todo el mercado lácteo, que uno de sus tamberos proveedores que guarda algunos dólares. O más urbano y pequeño: No es lo mismo quien pone una cueva para comprar y vender dólares en negro, que quien acude allí buscando encontrar un refugio de valor en su compra.
Toda aquella conducta que se pueda considerar “consecuencia” del temor a la inestabilidad y no “causa” de ella, debiera tratar de ser reorientada para encontrarle un cauce a la vez más sereno y útil para todos.
Ya en anteriores documentos dimos ejemplos simples al respecto.
Inducir y promover la integración vertical de industrias procesadoras de granos, consiguiendo que produzcan su propio trigo, maíz o soja y trabajen con costos argentinos, es un caso.
Conseguir que grupos de consumidores actúen articuladamente y se provean de empresas regionales, campesinos, cooperativas es otro caso, útil para los dos extremos de la cadena de valor.
En este momento, queremos agregar una iniciativa para un escenario más complejo, para el cual no se está encontrando el camino.
La escasez de divisas para importar
Hemos explicado varias veces que no se puede esperar que un país con la enorme preponderancia de empresas multinacionales orientadas al mercado interno tenga holgura de divisas para importar.
Mientras eso subsista, aparecen cuellos de botella en muchas industrias, por la poca fluidez en contar con insumos importados.
Simultáneamente, hay residentes argentinos, de todo nivel patrimonial, desde jubilados a especuladores de magnitud, sentados arriba de un colchón de dólares, como reserva de valor.
Si el Estado promoviera un Fondo de Financiación de Importaciones, donde se pudiera sacar el polvo a esos muchos miles de millones de dólares y cada uno invirtiera allí estrictamente para eso, a un interés de 3 o 4% anual, con la posibilidad de recuperar sus dólares a partir de, digamos, un año, se cambiaría el horizonte objetivo del país y también buena parte de la subjetividad social.
No esperemos un segundo en objetar esto. ¿Quién le creería a un Estado que viene históricamente de crisis en crisis?
No hay problema. El Estado no es quien usaría esas divisas. Son algunos miles de importadores, desde las empresas automotrices o las que arman computadoras, hasta los pequeños industriales que necesitan componentes electrónicos chinos.
¿Y entonces? ¿Por qué no garantizan esas empresas los depósitos en el Fondo de Financiación de Importaciones?
¿Por qué el Estado no compromete a Toyota, Renault, Aluar, Techint, Cargill y unas dos docenas de corporaciones similares para que sean garantía del Fondo; agrega su propia garantía por un 30% del total; promueve una administración compartida por el sector público, la UIA y Cámaras Pyme y empiezan todos a pasar la gorra, explicándonos a todos nosotros, asustados ocultadores de dólares, las ventajas de invertir allí ganando interés en lugar de encerrarse en el baño cada tanto a contar cuanto tenemos?
¿Por qué un escenario tal no se imagina ni se intenta construir?
Porque nuestra mira política se ha estrechado tanto que creemos que hay que identificar a los malos para la tribuna; continuar promoviéndolos como factor del desarrollo; luego negociar que devuelvan algo y finalmente, como los números no cierran, otorgar subsidios para infra consumo a millones.
Suena crudo, pero eso es lo que estamos haciendo. Es hora de dejar de hacerlo. De jugar el partido con muchos, muchos más de los que tendemos a imaginar. Contra pocos, muchos menos de los que creemos.
Enrique M. Martínez, presidente del Instituto para la Producción Popular