Oveja Negra

Argentina, en el país burgués...


23 de mayo de 2019

Oveja Negra

*Por Marcelo Langieri

El anuncio de Cristina sorprendió a propios y extraños, que se enteraron por los medios de comunicación. Como se dice vulgarmente: pateó el tablero. Lo hizo tomando la iniciativa desde la “mesa chica” y alineando al conjunto de la fuerza propia detrás de esa decisión. Esto pone de manifiesto el poder de Cristina y la debilidad del conjunto de las fuerzas que integran el espacio. Verticalismo que ha construido históricamente en nombre de la lealtad una cultura de obsecuencia y traición como dos caras de la misma moneda.

La decisión significó la puesta en valor de la frase del candidato sorpresa de que “sin ella no se puede y con ella no alcanza”. La decisión da cuenta de los límites del kirchnerismo para constituirse en una mayoría electoral dentro de las condiciones previas a la movida sorpresiva. Es decir, la ausencia de garantías suficientes para construir una mayoría en la segunda vuelta. Razón por la cual apela al diálogo y la moderación como ejes de la propuesta, dos cualidades que adornan al elegido y responden a las exigencias del sentido común instalado en la política.

La agudización de la crisis, con consecuencias sociales descomunales, sirvió para justificar el giro centrista tanto para afuera del espacio como para adentro. Las fantasías elaboradas en torno a una radicalización programática, con las consiguientes candidaturas progresistas, se han derrumbado como un castillo de naipes. Sin embargo no han desalentado a sus sostenedores que manifestaron el apoyo a la fórmula levantando un programa que reivindica un gobierno popular sin corruptos para desarrollar la agenda de tierra, techo, trabajo, de la juventud y del feminismo popular. Otras miradas optimistas, pero menos ingenuas, atribuyen a la vicepresidente el poder político suficiente para garantizar un programa mínimo de reconstitución de derechos, pero planteando el interrogante acerca de cómo leer desde las fuerzas militantes decididas por la transformación el juego político que se abre con esta jugada. Especialmente, cómo preservar la autonomía necesaria para sostener una construcción social y política que no legitime un ajuste realizado por los “amigos” y plantee otro horizonte en la realidad nacional y social.

En este contexto puede interpretarse la decisión de Cristina más que como un acto de desprendimiento como una astucia. Astucia acompañada con una dosis de audacia que, como se dice en fútbol frente a una jugada ajena al trámite de juego: “es un gol de otro partido”.

Con Macri sucede algo diferente pero que puede tener efectos similares. En su caso fracaso del gobierno deriva en el desgaste de su figura. La sensación aquí es que con él no pueden y sin él podrían. Se lo dicen en todos lados, incluidos sus socios y amigos, tanto en público como en privado. Una de las diferencias principales entre uno y otra entonces está en el ciclo ascendente o descendente que los atraviesa y en los personajes, en la distancia existente entre una mujer, que es un cuadro político indiscutido, y un empresario con vocación de poder pero sin cualidades políticas al que las circunstancias históricas lo colocaron en la primera magistratura. Macri no es el primer presidente que fracasa, ni el primero en desarrollar una política regresiva y antipopular. Nada de eso es original. Lo llamativo en la actual coyuntura es que Mauricio no se termina de anoticiar que está llevando su proyecto a la derrota. Son tantos los que perciben que esto es así que el ejemplo de Cristina, paradojalmente, tiene grandes posibilidades de cundir, ya sea de la mano de los radicales o de los propios librecambistas que perciben el viento de la tormenta que se avecina.

Cristina inició una nueva etapa del juego electoral con una maniobra brillante, pero es bueno recordar que falta que muevan sus piezas los otros actores. Actores políticos que son de todo menos tontos o ingenuos, mucho menos cuando se juega el premio mayor de la política argentina. Y lo que es más importante, falta la decisión final de los grandes actores de la política argentina: los medios concentrados, La Embajada, el gran empresariado y las grandes corporaciones.

Cristina reordena el tablero con su jugada. Pero lo hace al “costo” de moderar su proyecto a través de la figura de Alberto Fernández. No hace falta hurgar mucho para presentarlo, sólo basta recorrer algunas de las disidencias que tuvo siendo parte del kirchnerismo -conflicto con las patronales agropecuarias, estatización del sistema jubilatorio, ley audiovisual, recuperación de Aerolíneas Argentinas- y su trayectoria como gerente político para comprender su perfil y la dirección de la jugada realizada.

Cuando se intenta sellar la grieta por arriba es porque se percibe el efecto nocivo de la misma para ampliar la convocatoria por abajo. Especialmente cuando el mayor usufructuario de la grieta, el gobierno nacional, ha desnudado que lo que llaman éxitos son las cosas que han disfrutado sectorialmente, a espaldas del pueblo argentino, mientras sumieron a la Nación en una gravísima crisis.

Es sabido que la historia construye sus personajes y que las fuerzas políticas hacen lo propio para imponer su interpretación de la realidad. Así, la interpretación del renunciamiento de Cristina, que era la candidatura natural para el kirchnerismo, ha sido recibida como una gran sorpresa, especialmente en el espacio progresista que fundaba su apoyo al espacio en la figura de Cristina.

No se trata de desconocer las circunstancias del momento histórico, de cara a la posibilidad de gobernar, teniendo en consideración los términos económicos, sociales, institucionales y políticos que deja el macrismo y de la necesidad de generar un amplio consenso para llevarlo adelante. Se trata de pensar y discutir acerca de cómo se puede llevar adelante un programa capaz de dar soluciones a los graves problemas que se enfrentan desde una perspectiva popular. O sea, ¿quién va a pagar el pato de la boda? Porque alguien lo va a pagar y siempre ha sido el pueblo argentino el que pagó la cuenta.

De la mano del triunfo de Schiaretti en Córdoba se ha instalado un atributo que ilumina la política argentina: la moderación. Hay que reconocer que el candidato elegido es un fiel exponente de tal condición. Pero cabría preguntarse, en la Argentina de hoy, adónde se la encuentra, ¿acaso en la inflación? ¿En el endeudamiento? ¿En el deterioro de los salarios? ¿En el aumento de las tarifas de los servicios? ¿En el criterio de objetividad de la Justicia? ¿En el combate al delito? No, en ninguno de estos lugares se la aprecia. Sólo se la encuentra en el discurso de una clase política preocupada por sus intereses y en los mecanismos que garanticen la gobernabilidad y la construcción de consensos. No sería reprochable la inquietud con relación a la gobernabilidad y el consenso, propia de la tarea a asumir, si estuviera fundada en la justicia social en el sentido más amplio e integral del concepto y en el desinterés personal.

Una característica común a todas las fuerzas, sectores e individuos que han recibido con beneplácito la decisión de Cristina es la ausencia absoluta de participación en la toma de decisiones dentro de ese espacio y en la naturalización completa del fenómeno. El peronismo ha tenido como características el verticalismo, el pragmatismo y la capacidad de generar consensos entre diversos sectores sociales. Cristina ha hecho una demostración del arte de la conducción que solo se opaca por la debilidad de los conducidos. Recordemos las históricas rebeldías del peronismo combativo y revolucionario con el propio Perón tanto en la resistencia, como con las experiencias del voto en blanco contradiciendo las directivas del General, o con las formaciones especiales cuestionando el rumbo del gobierno en la plaza pública. Eso, claro está, cuando el peronismo era el hecho maldito del país burgués.

Se puede decir que los sectores revolucionarios del peronismo construyeron un Perón a la medida de las necesidades de la lucha integral que se llevaba adelante, que no se limitaron a los Montoneros. La película de Pino Solanas y Gettino, La hora de los Hornos, es una demostración de aquella construcción discursiva de un Perón revolucionario. Pero ésta “ilusión” estaba fundada en hechos objetivos, era funcional a los objetivos de la lucha revolucionaria y estaban elaborados desde una perspectiva crítica y con importantes grados de autonomía.

En el presente nos encontramos con sectores progresistas, que se reivindican revolucionarios, y que apoyan la propuesta electoral presentada no como un instrumento para la derrota electoral del neoliberalismo encarnado en Cambiemos; sin desconocer las limitaciones existentes en el kirchnerismo, que dieron lugar en buena medida al triunfo de Macri en 2015. El giro hacia el “centro” que representa la designación de Alberto Fernández es una maniobra que en principio puede facilitar el triunfo electoral pero que condiciona un programa de recuperación de los valores nacionales y populares y de reconstrucción de las organizaciones políticas y sociales con capacidad para impulsar un programa de transformación de la Argentina. La ausencia de una alternativa y de una construcción social y política sólida condiciona el cuestionamiento a la elección de un gerente de la política en un contexto social tan complejo como el actual. La ausencia de mecanismos partidarios legitimados reedita mecanismo centralizados de conducción que descansan en la existencia de liderazgos importantes y la debilidad relativa de las construcciones políticas y sociales del campo popular, que hacen posible experimentos como el presente.

La jugada de Cristina abre el juego del kirchnerismo pero no clausura la interna dentro del peronismo ni tampoco cierra la grieta con Cambiemos.

Nadie duda de que la maniobra de Cristina ha sido impactante. Como en el fútbol, sólo el resultado final dirá si es una jugada maestra o si se trata de un gesto histórico que se agota en la completa trama de una realidad política inficionada de pragmatismo y ausencia de proyectos trascendentes.


*Sociólogo. Nota publicada en Resumen Latinoamericano 

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